22/11/17

Un orden democrático ha de consistir fundamentalmente en un ethos, un mundo de costumbres impuestas por la mayoría que se hace consuetudinario, como lo es todo mundo social de cualquier tipo. No se trata de eliminar la vida cotidiana y sustituirla por una vida pública y por la democracia. Se trata de democratizar la vida cotidiana

"(...) Hablando de prácticas democráticas, decías: "Un hacer concretado en nuevos hábitos y costumbres nuevas, en vida cotidiana nueva, en ethos nuevo, conocido, interiorizado y puesto en obra por cada individuo". Se impone alguna ilustración.  

Una vez las asambleas de taller de le SEAT de los años setenta impusieron su poder en los talleres, y que los de oficinas no se atrevían a bajar a taller; y que los capataces no se atrevían a abrir boca, entonces instauraron la democracia, la democratización del centro de trabajo, que consistía en unas nuevas normas, en unos nuevos hábitos que regimentaban el hacer de la cadena productiva, la ordenaron de forma más humana; e impusieron como costumbres y hábitos las demás exigencias.

Entonces, pasó a ser costumbre, también impuesta y ya establecida, el convocar asamblea para decidir. Pero esta otra nueva costumbre, no era algo que se utilizara así como así: sencillamente, se usaba de ella cuando había necesidad, que era cuando surgía un nuevo problema detectado como tal por la mayoría, o cuando se apercibía un atentado contra aquel orden impuesto por la mayoría, contra aquellas costumbres y hábitos convertidos en los reproductivos.

Democracia era ese control común e igualitario sobre la actividad que se ejercía mediante los nuevos hábitos, cotidianos, construidos y constructores de nuevo sentido común, creados por los agentes activos que operan cada proceso práxico: entonces, el de la SEAT.

Todo orden social es un ethos, unas costumbres cotidianas que organizan la actividad en sus microfundamentos. Esto es así para toda sociedad, tanto democrática como oligárquica, pues toda sociedad se basa en la costumbre, hábito, en lo que denominamos ethos, eticidad, moeurs, sitte [costumbres]. Que es la verdadera constitución secreta de toda sociedad, tal como nos explica Hegel –sittlichkeit-. La democracia lucha por constituir su ethos, y la democracia es un ethos, un ethos para la vida cotidiana, que da poder igual sobre la actividad común.

Por tanto, se trata de luchar para poder crear en el interior toda institución social, en los microfundamentos cotidianos desde los que se genera la actividad que ellos organizan, las costumbres, las reglas o normas, impuestas mediante la lucha democratizadora, aceptadas e interiorizadas por quienes han luchado por ellas, que dan a los miembros activos de cada microgrupo activo organizado, la capacidad de control sobre la actividad que esa institución, esa instancia social, genera a partir de sus miembros; unas normas que repartan de forma igualitaria el hacer cotidiano, y el poder sobre el mismo, sobre las responsabilidades y decisiones cotidianas que dirigen el propio hacer.

Un orden democrático, de hacer entre iguales, de hacer igualitariamente repartido, ha de consistir fundamentalmente en un ethos, un mundo de costumbres impuestas por la mayoría que se hace consuetudinario, como lo es todo mundo social de cualquier tipo. Y desde luego, ha de haber la posibilidad de la convocatoria de asamblea para revisar lo acordado.

No se trata de eliminar la vida cotidiana y sustituirla por una vida pública y por la democracia. Se trata de democratizar el hacer cotidiano. No se trata de vivir en lo excepcional, de hacer que lo excepcional sea perpetuo.

De democratizar la vida cotidiana.

Exacto. De democratizar lo cotidiano.
El marxismo, y muy especialmente, además, el hegelomarxismo, sostiene que la eticidad, es decir, sostiene que la vida cotidiana, las costumbres y el saber hacer en que ellas se basan para producir y reproducir el vivir, es un elemento ontológico inherente a toda sociedad humana. Porque es algo inherente a nuestra forma de relacionarnos y metabolizar con la naturaleza; tanto la "externa", como la "interna" a nuestros cuerpos.

Precisamente la Escuela de Budapest, con el gran Georg Lukács a su cabeza, ha polemizado ideológicamente con otras corrientes ideológicas de tradición romántica, de la izquierda, que sostenían la posibilidad de trascender la vida cotidiana, de anularla. Para estas otras corrientes de pensamiento, la vida cotidiana no era sino la consecuencia de un estadio histórico de la humanidad, el resultado de un tipo de sociedad explotadora.

 La vida cotidiana en su integridad era una enajenación. Para el marxismo hegeliano, para el grupo de Budapest, la vida, que es una instancia del vivir irrebasable, no tiene por qué ser un ámbito de hacer humano enajenado; lo es, porque el capitalismo lo organiza de forma enajenada, pero puede estar organizado conforme a otras relaciones sociales.

Precisamente por ello, el grupo de Budapest, insiste una y otra vez que hay que distinguir entre la producción del vivir, entre la producción de las actividades mediante las que creamos el mundo humano y la enajenación: entre la "Objetivación" de nuestra actividad y la "Enajenación" de la misma.

Recuerdo esas reflexiones. Hemos hablado antes de Màrkus. También Heller (Sacristán la tradujo al castellano). Y Lukács por supuesto.

Para la corriente romántica, la vida cotidiana, por su naturaleza, es la enajenación, y debe ser liquidada y trascendida. Esta otra tradición, de cuño romántico, fue propuesta por diferentes corrientes de pensamiento, entre ellas, por la Internacional Situacionista, una corriente de pensamiento de izquierdas muy fuerte durante mayo del 68, que se constituye en vísperas del estallido de dicho movimiento y cuyos primeros pensadores –cuyos primeros espadas- son personas de valía intelectual.

Una posición también asumida por un pensador marxista interesante, Henri Lefebvre, francés y relacionado con Guy Debord, el cerebro del situacionismo.

Paco Fernández Buey, que lo tenían en mucha consideración, hablo de él y la internacional situacionista en algunos de sus libros. En, por ejemplo, Por una universidad democrática. Perdona por la interrupción.

Fue Lukács el que investigó y elaboró reflexión sobre la vida cotidiana y sobre la democratización de la misma, con consciencia de lo que se estaba dirimiendo en este gran debate y lo peligroso que resultaba excluir de la política la mayor parte del hacer social humano.

Toda su gran obra de madurez versa sobre este tema. Lo trata en su Estética, en su Ontología del ser social, en su manuscrito sobre ética; en sus entrevistas, en la obra sobre la Democracia –en castellano se titula El hombre y la democracia-.

Y también sus discípulos: Ágnes Héller desarrolla las ideas elaboradas por el maestro en su Sociología de la vida cotidiana, en Instinto agresividad y carácter, en Teoría de los sentimientos, en Teoría de las necesidades radicales en Marx, en Historia y vida cotidiana, en La revolución de la vida cotidiana, etc..

También Gyorgy Márkus, e Istvan Meszaros trabajaron en esta línea, conscientes de su importancia. Por ejemplo, es muy importante la reflexión de Meszaros sobre la enajenación, en la que distingue, precisamente, tal como lo hace Lukács, entre objetivación práxica humana y enajenación, La teoría de la enajenación en Marx.

Los marxistas estamos por crear una cotidianidad más plena, no por la opción romántica de sustituirla, no por el excepcionalismo vital: siempre habrá que cuidar de los niños, habrá que metabolizar con la naturaleza, padecer resfriados, guisar comida, ir a la compra, lavar ropa, habrá que trabajar, habrá que sembrar patatas, etc. Pues, eso, debe ser democratizado; la democratización del vivir cotidiano es la lucha por una vida cotidiana satisfactoria, plena.

 El ser humano no solo debe pintar, hacer poesía, deliberar en el ágora sobre la suerte de la polis en los momentos excepcionales; debe cazar, sembrar, pescar, acudir al trabajo, ir a la tienda, tomar el autobús, recibir un no, atender a un enfermo…-para decirlo remedando a Marx-. La democracia es la lucha por la cotidianidad rica, no por su aniquilación.

 No puede ser una actividad que sustituya al ethos, a la cotidianidad, sino un hacer mediante el que nos hacemos con el control sobre nuestra propia actividad social cotidiana, y lo democratizamos creando un nuevo ethos cotidiano, unas nuevas costumbres.

Precisamente porque la vida cotidiana es una característica ontológica humana, la democracia es fundamental. Y por ello preocupó a Lukács, que reflexionó sobre la democracia como lucha por la democratización del vivir cotidiano.

De poderse dar una sociedad en la que la vida cotidiana pudiera ser trascendida, y cada cual pudiera suprimir de su vivir los límites que le impone el metabolismo con la naturaleza, la democracia sería en todo caso un instrumento para alcanzar ese futuro estadio. Lukács reflexionó sobre la democracia de forma creativa y su legado al respecto es muy valioso. Cuántas infamias basadas en la ignorancia no se han dicho contra este gran pensador marxista.

Sí, no son pocas. También aquí, entre nosotros.

Este debate sobre la vida cotidiana, de fines de los años sesenta, y de los setenta, es otro de los grandes debates sobre cuestiones candentes que han sido borrados de los libros, de las memorias, precisamente porque fue un debate de izquierdas, un debate potentísimo, de la izquierda. Ningún manual sobre filosofía del siglo XX tiene ni tan siquiera un capítulo dedicado a él.

Pero cualquier pensador que trate de dar respuesta a la pregunta sobre lo que puede ser modificado, y a lo que debe ser modificado si de veras se quiere que haya una transformación revolucionaria del mundo, una mutación onto antropológica de la civilización; cualquier pensador que trate de reflexionar sobre lo que son los fundamentos ontológicos, antropológicos del ser humano, y cuáles son los fundamentos en los que se enraíza y se genera la explotación, debe volver sobre este gran debate sobre la vida cotidiana y sus costumbres, sus sitte, sobre la eticità, sobre el ethos. Y sobre la democracia como democratización de los mismos

Si estas líneas, y otras anteriores, todas ellas espoleadas por tus preguntas, sirven para que se comience a hacer una transmisión de legado intelectual, si sirven para que las nuevas generaciones de izquierda conozcan su patrimonio, puedan acceder a una primera aproximación al mismo, saber, si quiera, de la importancia de los debates habidos, de su existencia, tú y yo estamos haciendo lo que debemos, lo que nos toca, Salvador.

Sobre todo lo haces tú, querido Joaquín, pero muchas, muchas gracias por la inclusión, eres muy generoso conmigo. Una duda: ¿por qué insistes tanto en el uso de la expresión "marxismo hegeliano"? ¿Ese es el "verdadero" marxismo en tu opinión? ¿No vale cualquier otra lectura de la tradición?

Digamos en primer lugar que lo que surge de la lectura de Marx una vez se lo imbrica en su tradición filosófica, la hegeliana, es una interpretación muy distinta de Marx, podríamos decir que "alternativa".

Es una alternativa de pensamiento frente al cientifismo, al objetivismo evolucionista de la historia, a la teoría de elites, al economicismo, incluso los más cautos y refinados, y a la política institucionalista. En lo que a mí hace, no me he metido en Hegel por capricho, ni por tradición, ni por necesidad académica, para buscarme un nicho académico.

 Ha sido la reflexión de decenios. El darme cuenta de que unos determinados autores sí me daban respuestas a lo que sucedía en política, a la derrota e inanidad política de la izquierda, a su integración, previa a su corrupción. El descubrir –a veces había sido ocultado: el caso de Gramsci, el caso de Togliatti- que eran hegelos… la verdad es que tardé mucho en hacer caso a mi profesora Giulia Adinolfi, que a fines de los setenta me había dicho que tenía que leer el capítulo cinco de La Fenomenología del Espíritu, y que usara la versión francesa…

Aparte de eso, los nuevos estudios sobre la obra de Marx, -estudios "nuevos" que ya se inician con Rosdolsky, que pone en claro cómo Marx tira de Hegel en los Grundrisse…- los de los estudiosos actuales que investigan para la publicación de la Nueva Mega, que, como sabes, es la edición de las obras completas de Marx y Engels, los de los filólogos marxianos, etcétera, los que van a los textos de Marx, van por aquí.

Voy finalizando. "Colectivo de luminarias de turno que dirijan el nuevo partido que pretende alcanzar las instituciones para crear el mundo en siete días". ¿Un "zass en la boca", que diría Sheldon Cooper, a intentos como el de Podemos o En comú Podem?

Es una crítica a la teoría de élites, dentro de la cual se incluye la teoría de la vanguardia. Crítica en general y para todos. Referido al ahora, me resultaba más interesante mostrar cómo toda la izquierda funciona sobre ese modelo, incluso izquierda académica que, aparentemente, es más dada a las cautelas democráticas. Pero ese es el proyecto, el modelo proyectivo de toda la izquierda. Carece de la noción de que la política es razón práctica creadora de realidad ejecutable solo por las mayorías sociales organizadas.

Por eso, cuando se enfrentan con el análisis de procesos históricos democrático populares, revolucionarios, que se han hecho monstruosos debido al poder de las elites, rechazan mirar el asunto de cara, y buscan justificaciones en el excepcionalismo de maldad de los dirigentes: "fue Stalin"; por tanto, si yo mandara, yo no sería como Stalin, porque todo fue consecuencia de su maldad demoníaca.

 O en los "partidos estalinistas" que lo fueron porque todos sus dirigentes eran unos vesánicos… No, amigos: es la élite, es el elitismo, es el creerse que uno sabe más y por eso, los votantes del Brexit son "unos lerdos "equivocaos"…; es el tipo jerárquico de estructura, el auto considerarse la fuerza intelectual que cambia la realidad, la pretensión de que es la teoría la que proporciona las alternativas y el saber qué es lo justo, eso es lo que genera el autoritarismo. Eso, analizado a partir de las fuerzas de la socialdemocracia, ya lo habían visto los Pareto, Mosca, Mitchels… a su modo.

Por cierto, ¿los votantes que dado la victoria a Trump tampoco son unos lerdos equivocados?

Lo que me propones es una valoración política de la validez de los procesos electorales –en el límite, de la propia democracia-… a ver si me sé explicar.

Seguro que te sabes explicar. Inténtalo.

Equivocados pueden haberlo sido los votantes que, queriendo haber metido en la urna una papeleta, metieron otra por equivocación. Lo que ha ocurrido, creo que debe ser explicado de otra manera.
Lo que vemos es una deslegitimación del régimen político estadounidense, y, en realidad, de todo el sistema político europeo occidental, o así lo piensa Ignacio Ramonet, en un artículo a bote pronto, en el que dice que el caso de Trump es prueba de que hemos entrado en una nueva época o nuevo mundo que no conocemos.

Creo que la noticia es que las fuerzas que deberían haber sido progresistas, favorables a las clases populares, en EEUU y en Europa, se mantienen como el pilar del neoliberalismo: globalización, desregulación de los mercados y, entre ellos, los capitales financieros, especulación salvaje, deslocalización de empresas, pérdida de puestos de trabajo, etcétera.

Y, encima y contra toda razón, contra todo sentido común y experiencia inmediata de las clases populares, declarando que todo eso produce bienes sin cuento, prosperidad y redistribución, puestos de trabajo etc.

Es una ofensa a la inteligencia y al sentido común crítico. A su vida, a sus experiencias reales.

Escribía en un artículo muy reciente Dani Rodrik, el economista turco que trabaja en Oxford, que si los economistas no hubiesen mentido tanto, si no hubiesen dejado su papel de estudiosos para convertirse en el caballo de batalla partidario del neoliberalismo y la globalización, quizá hubieran tenido mayor crédito ante la opinión pública y hubiesen podido combatir a Trump eficazmente.
Pero, defendiendo la liquidación de la soberanía económica, ¿cómo van a poder hacer eso, tanto los economistas como los políticos?

En otro artículo, este mismo autor nos recordaba que los padres del desmedulamiento completo de la soberanía económica, y de la instalación del neoliberalismo en Europa, no fueron las derechas, sino gente como Jacques Delors, tecnócratas socialdemócratas.

Pues bueno. Ahora esas fuerzas no tienen credibilidad. En EEUU, durante los ocho años con Obama, todo siguió este curso. Se insiste en las políticas racistas de Trump. Pero la prensa más ecuánime ha reconocido que no es más racista el electorado de Trump que el de la señora Clinton.

 Es más, James Petras ha escrito durante estos días que si Trump se propone expulsar a 3 millones de emigrantes, Obama expulsó a dos millones. Una vez, desde la izquierda, o desde las fuerzas progresistas, se abre la puerta al racismo –en "clave bien temperado"- puede no haber freno luego.
En fin, y para resumir lo que pienso…

Adelante con el resumen.

Todo eso ha tenido como consecuencia que se haya abierto la posibilidad de que un multimillonario se presente ante las clases populares como un outsider político, se enfrente contra el sistema partitocrático, y contra el proyecto económico mainstream, neoliberal, asuma un proyecto económico anti desregulación, proteccionista y gane las elecciones.

Podemos tacharlo de demagogo, pero su triunfo ha venido servido por la demagogia mentirosa de todas las demás fuerzas y personalidades progresistas.

Si la izquierda, o las fuerzas progresistas no cumplen con su papel, tiran las banderas, mienten y hacen demagogia, otros tomarán esas banderas, con los fines que sea; en EEUU, en Francia, y donde sea.

Y los explotados y los trabajadores, una vez desengañados de unas fuerzas políticas, a falta de proyecto propio, de organización de masas, y fuerzas políticas de los explotados, a falta de otro proyecto, no tienen por qué no tratar de ver si las soluciones de otros son mejores. En situaciones de deslegitimación del proyecto capitalista, la derrota de la izquierda siempre precedió el ascenso del fascismo.

Y eso, el ascenso del fascismo, es lo que puede suceder en estos momentos. (...)"       (Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal,  Salvador López Arnal , Rebelión, 23/01/17)

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