"[A
la luz de los conocimientos actuales en neurociencia, estaríamos
tentados de creer que los viejos prejuicios sobre las diferencias
biológicas entre hombres y mujeres ya han sido barridos. Sin duda no es
así: los medias y obras de divulgación pretenden que las mujeres son
“naturalmente” habladoras e incapaces de leer un mapa de carreteras,
mientras que los hombres habrían nacido buenos en matemáticas y
competitivos.
Estos discursos hacen creer que nuestras aptitudes,
emociones, nuestros valores, están conectados con estructuras mentales
inmutables desde tiempos prehistóricos.
Es necesario colocar el debate alrededor de las diferencias entre los
sexos en un terreno científico rigurosos más allá de las ideas
preconcebidas. El desafío consiste en comprender el papel de la biología
pero también la influencia del ambiente social y cultural en la
construcción de nuestras identidades de hombres y mujeres. ]
Los seres humanos, hombres y mujeres, tenemos personalidades y formas
de pensar diferentes. ¿Son innatas o adquiridas? ¿Qué parte corresponde
a la biología y cuál al entorno social y cultural en la construcción de
nuestras identidades? Estas cuestiones son objeto de debates
apasionados desde hace siglos. Se podría estar tentados de pensar que
con el progreso del conocimiento tanto en biología como en sociología
los argumentos se hubiera clarificado y las polémicas hubiera amainado.
Nada de eso. Ideas adquiridas y falsas evidencias continúan proliferando
sobre este tema. Medias y revistas nos saturan de viejos clichés que
pretenden que las mujeres son “naturalmente” dotadas para el lenguaje,
multi-atareadas incapaces de leer un mapa, mientras que los hombres
serían por esencia buenos en matemáticas y competitivos.
Estos discursos
sugieren que nuestras aptitudes, nuestros gustos, nuestros
comportamientos estarían conectados con estructuras mentales inmutables
desde el nacimiento. Sin embargo, el progreso en las investigaciones en
neurociencia muestran lo contrario: actualmente, gracias a las técnicas
de imágenes cerebrales por IRM (Imagen por Resonancia Magnética) sabemos
que el cerebro fabrica sin cesar nuevos circuitos de neuronas en
función de los aprendizajes y de las experiencias vividas.
Estas
propiedades de “plasticidad cerebral” descubiertas hace una quincena de
años han revolucionado nuestra concepción del funcionamiento del cerebro
(Vidal, 2015). Nada está solidificado ni programado en nuestras
neuronas. La plasticidad neuronal es un concepto clave para comprender
cómo se construyen nuestras identidades de mujeres y hombres.
¿El cerebro tiene sexo?
En el siglo XIX, la forma del cráneo y el tamaño del cerebro eran
utilizados para justificar la jerarquía entre los sexos. Se pensaba que
los hombres, pretendidamente más inteligentes, estaban dotados
naturalmente de un cerebro más grande que el de las mujeres. Algunos
médicos, especialmente Paul Broca, alimentaron esta tesis mediante la
medida comparativa de cerebros cuidadosamente seleccionados para
confirmar la demostración.
Aunque en la misma época otros estudios
demostraron, claramente, que el tamaño del cerebro no era la causa de la
inteligencia, la ideología conservadora lo llevaba hasta el rigor
científico (Gould, 1997).
¿Qué se puede responder hoy a la pregunta de si el cerebro tiene
sexo? La respuesta científica es sí y no (Vidal 2015, Vidal y
Benoit-Browaeys 2015). Sí porque el cerebro controla las funciones
asociadas a la reproducción sexuada que evidentemente son diferentes en
los hombres y las mujeres. En los cerebros femeninos, encontramos
neuronas que se activan cada mes para desencadenar la ovulación, lo que
no sucede entre los hombres.
Pero en lo que respecta a las funciones
cognitivas, la respuesta es no. Los conocimientos actuales sobre el
desarrollo del cerebro y la plasticidad cerebral demuestran que las
chicas y los chicos tienen las mismas capacidades de razonamiento, de
memoria y de atención.
La plasticidad cerebral
Los estudios IRM no cesan de aumentar para mostrar cómo la
experiencia modela el cerebro, tanto en los niños como en las personas
adultas. (May 211, Vidal 2010). El ser humano recién nacido viene al
mundo con un cerebro muy inacabado: posee un stock de 100 000 millones
de neuronas pero pocas vías nerviosas para conectarse entre ellas.
Solamente el 10 % de las conexiones -sinapsis- están presentes en el
momento del nacimiento.
Esto significa que el 90 % de las sinapsis se
fabrican a partir del momento en el que el bebé entra en contacto con el
mundo exterior. Las influencias de la familia, de la educación, de la
cultura, de la sociedad, juegan un papel importante sobre las conexiones
neuronales y la construcción del cerebro. El término plasticidad
describe esta propiedad del cerebro humano de modelarse en función de
los aprendizajes y de las experiencias vividas. Por ejemplo, entre los
pianistas, se observa un espesamiento de las regiones del córtex
cerebral especializadas en la motricidad de los dedos y la audición.
Este fenómeno es producido por la fabricación de conexiones
suplementarias entre las neuronas. Además, estos cambios del córtex son
directamente proporcionales al tiempo dedicado al aprendizaje del piano
durante la infancia. La plasticidad cerebral está también activa durante
la vida adulta. Así entre las personas que aprenden a hacer malabarismo
con tres bolas, se constata después de tres meses de práctica, un
espesamiento de las zonas que controlan la coordinación de los brazos y
la visión. Y si se interrumpe el entrenamiento, las zonas espesadas
anteriormente, se encogen.
Estos ejemplos, y muchos otros, muestran cómo la historia propia de
cada persona se inscribe en su cerebro. Resulta que ningún cerebro se
parece a otro. La IRM ha permitido revelar que las diferencias
cerebrales entre las personas de un mismo sexo son tan importantes que
sobrepasan las diferencias entre los sexos (Kaiser 2009, Joel 2015).
Cada uno de los 7 000 millones de individuos en el planeta poseen un
cerebro único en su género, independientemente del hecho de pertenecer
al sexo femenino o masculino.
El concepto de plasticidad permite superar el dilema clásico que
intenta oponer naturaleza y cultura. De hecho, en la construcción del
cerebro, lo innato y lo adquirido son inseparables. Lo innato aporta la
capacidad de conexión entre las neuronas, lo adquirido permite la
realización efectiva de esa conexión. Toda persona humana, tanto por su
existencia como por su experiencia, es simultáneamente un ser biológico y
un ser social. (Rose 2006, Kahn 2007).
Todas esas adquisiciones de la
neurobiología confirman y enriquecen las investigaciones en ciencias
humanas y sociales sobre el género. El sexo y el género no son variables
separadas sino que se articulan en un proceso de incorporación
(personificación) que designa la interacción entre el sexo biológico y
el entorno social y esto desde el nacimiento (Fausto-Sterling 2012 a-b).
Desarrollo del cerebro e identidad sexual
Las propiedades de plasticidad del cerebro aportan una nueva
aclaración sobre los procesos que contribuyen a forjar nuestras
identidades. Al nacer, las criaturas humanas no tienen conciencia de su
sexo. Lo van a aprender progresivamente a medida que sus capacidades
cerebrales se desarrollan. Solo a los dos años y medio empieza a ser
capaz de identificarse con uno de los dos sexos (Fausto-Sterling 2012a,
Le Maner-Idrissi 1997).
Sin embargo, desde el nacimiento, evoluciona en un entorno sexuado:
la habitación, los juguetes, la ropa diferente según el sexo del bebé.
Además, los adultos, de manera inconsciente, no nos comportamos igual
con los bebés. Tenemos más interacciones físicas con los niños mientras
que hablamos mucho más con las niñas. Es la interacción con el medio
familiar, social, cultural, la que va a orientar sus gustos, las
capacidades y contribuir a forjar los rasgos de personalidad en función
de los modelos de masculino y femenino ofrecidos por la sociedad.
Pero todo no se juega en la infancia. Los esquemas estereotipados no
están gravados en las neuronas de forma indeleble. A todas las edades de
la vida, la plasticidad del cerebro permite cambiar de hábitos,
adquirir nuevos talentos, elegir diferentes itinerarios de vida. La
diversidad de las experiencias vividas hace que cada cual forje su
propia manera de vivir, su vida de mujer o de hombre. En materia de
identidad sexual, la evolución actual de las costumbres, de las normas
culturales y de las layes (paridad entre mujeres y hombres, matrimonio
homosexual) es un ejemplo más de nuestra capacidad de plasticidad
cerebral.
Hormonas y cerebro
La acción de las hormonas sobre el cerebro es invocado regularmente
par explicar la vida amorosa, los encuentros, los lazos sociales, los
conflictos, etc. Por ejemplo, la hormona oxitocina sería responsable del
flechazo, de la fidelidad, del instinto maternal. En cuanto a la
testosterona, es la que haría a los hombres ligones, competitivos,
coléricos y violentos. En realidad, los datos experimentales sobre el
papel de las hormonas sobre el cerebro y los comportamientos son mucho
menos sólidas de lo que dan a entender ciertos discursos de divulgación
científica (Jordan-Young 2016).
¿La oxitocina es la hormona del vínculo social?
La hormona oxitocina, que es segregada a la sangre por la
glándula hipófisis, es conocida porque actúa sobre las contracciones del
útero en el momento del parto y sobre las glándulas mamarias para la
lactancia. Entre los animales (ovejas, ratas, ratones) esta hormona
tiene también efectos sobre el comportamiento. Algunas experiencias han
mostrado que la inyección de oxitocina directamente en el cerebro
refuerza los jadeos recíprocos, el aseo, la interacción entre madres y
crías, y entre machos y hembras. De esta forma, la oxitocina ha sido
calificada de hormona de la unión y los vínculos sociales (Roos y Young
2009).
¿Pero qué pasa entre los humanos? El problema es que, al contrario de
lo que ocurre con los animales, casi es imposible medir la
concentración de oxitocina en el cerebro o inyectar en el interior para
ver sus efectos...
Tampoco se puede inyectar en sangre pues la oxitocina
no pasa la “barrera hemato-encefálica” que protege el cerebro. Algunas
experiencias han intentado suministrar un spray nasal, pero el acceso
directo de la oxitocina al cerebro a través de la mucosa nasal no está
demostrado. Además, la presencia de receptores de oxitocina en la
membrana de las neuronas no ha sido detectada en el cerebro humano
(Galbally 2011).
Al final, los argumentos científicos a favor de un papel de la
oxitocina en el instinto maternal, los vínculos, la comunicación social,
la empatía, están lejos de estar establecidos, al contrario de lo que
dicen los media (Fillod 2012). En relación a los vínculos madre-hijo,
los casos de maltrato, de abandono y de infanticidio muestran que el
instinto maternal no depende de una ley biológica universal e
ineludible.
Lo que no afecta al placer que puede procurar la lactancia y
ocuparse de un bebé. No se trata de instinto sino de amor, materno y
paterno, construido biológicamente, psicológicamente y socialmente. Los
lazos afectivos se moldean y evolucionan según las experiencias de vida
que se inscriben en el contexto cultural y social. La oxitocina no tiene
nada que ver en ello.
¿Es la testosterona la hormona de todos los poderes?
Sin duda, la testosterona tiene, efectos sobre el cuerpo afectando
especialmente al volumen y a la fuerza muscular. Pero en lo que se
refiere a su efectos sobre el cerebro y la conducta está lejos de haber
un consenso científico.
En general, en la población de hombres adultos de buena salud, no hay
relación estadística significativa entre el deseo sexual y la
concentración de testosterona en sangre (Van Anders 2013). Claro que, en
condiciones patológicas de castración, no hay erección, pero esto no
provoca necesariamente la pérdida de deseo ni la desaparición de toda
actividad sexual. Entre los humanos, el órgano sexual más importante, es
el cerebro...
Sus capacidades cognitivas confieren a la sexualidad
humana múltiples dimensiones que ponen en juego el pensamiento, el
lenguaje, las emociones, la memoria... En principio, el deseo sexual es
el fruto de una construcción mental que varía según la vida síquica y
los sucesos de la vida. No tiene nada que ver con un acto reflejo
desencadenado por la testosterona.
En cuanto al pretendido papel de la testosterona en la agresividad y
la violencia, tampoco los estudios científicos son concluyentes.
Investigaciones realizadas entre varones adolescentes de trece a quince
años, muestran que la concentración de testosterona en sangre no está
asociada a comportamientos agresivos o de conductas de riesgo presentes,
a menudo, mucho antes que la pubertad. Entre los varones autores de
actos delictivos, la tasa de testosterona no es correlativa con el grado
de violencia del comportamiento. Al contrario, se observa una fuerte
correlación entre los factores sociales tales como el nivel de educación
y el medio socioeconómico (Archer 2006).
Todos los roles atribuidos a la testosterona, que justifican el
apetito sexual y la agresividad de los hombres, no están respaldados por
pruebas experimentales que tengan consenso en la comunidad científica
(Jordan-Young 2016).
Por el contrario, las investigaciones en sociología
y en etnología muestran que si muchos hombres adoptan estos
comportamientos, es el resultado de una larga historia cultural de
dominación masculina aliada a factores sociales, económicos y políticos
que favorecen la expresión de la violencia (Héritier 1996).
Cerebro humano y evolución
Los avances de las neurociencias permiten comprender mejor por qué el
ser humano escapa a la ley de las hormonas. El homo sapiens posee un
cerebro único en su género que le distingue del de los grandes simios.
La diferencia es debida al desarrollo del córtex cerebral que recubre el
resto del cerebro. A lo largo de la evolución de la especie humana, la
superficie del córtex ha crecido de tal forma que debe plegarse formando
surcos para poder caber en la cavidad craneal.
Hoy, mediante métodos
informáticos, se sabe desplegar el córtex virtualmente: mide dos metros
cuadrados de superficie sobre tres milímetros de espesor, es decir, 10
veces más que en los monos. Gracias a su córtex cerebral, el homo
sapiens ha podido desarrollar su capacidad de lenguaje, de conciencia,
de razonamiento, de proyección hacia el futuro, de imaginación... Muchas
facultades que le han permitido al ser humano adquirir la libertad de
elección en sus acciones y sus comportamientos (Rose 2006, Kahn 2007).
Una de las consecuencias del desarrollo del córtex cerebral es que
controla las zonas profundas del cerebro implicadas en los instintos y
las emociones. Por esto, el ser humano es capaz de cortocircuitar los
programas biológicos instintivos que están regidos por las hormonas.
Entre los seres humanos, cada instinto no se expresa en estado bruto.
El
hambre, la sed o la atracción sexual están claramente ancladas en la
biología pero sus formas de expresión están controladas por la cultura y
las normas sociales. El ser humano puede decidir hacer huelga de hambre
o renunciar a su sexualidad. Las mujeres y los hombres, en su vida
personal y social, utilizan estrategias inteligentes, basadas en
representaciones mentales que no dependen de la influencia de las
hormonas.
Cerebro, ciencia y sociedad
A pesar de los progresos científicos sobre la plasticidad cerebral,
el argumento de las diferencias de “naturaleza” siempre está muy
presente para explicar las diferencias entre las mujeres y los hombres
en la vida social y privada. El ambiente mediático contemporáneo
contribuye activamente a reforzar la “biologización” de los
comportamientos humanos (Fillod 2015, Jurdant 2012).
Televisión, prensa
escrita, páginas de internet, nos suministran regularmente
“descubrimientos” científicos que explicarían nuestras emociones,
nuestros pensamientos, nuestras acciones: gen de la homosexualidad,
hormona del deseo, neuronas de la empatía, etc. Necesariamente, este
contexto es propicio a la promoción de tesis esencialistas orquestadas
por los movimientos conservadores que se oponen a nuevas fórmulas de
familia, al matrimonio homosexual, a la legalización del aborto...
Estas ideas tienen implicaciones sociales y políticas de graves
consecuencias. Invocar razones biológicas (genéticas, cerebrales u
hormonales) para los comportamientos de hombres y mujeres, da por
sobrentendido su carácter normal e inmutable. ¿Para qué luchar contra
nuestra naturaleza?
Sin embargo, si las chicas y los chicos no hacen la misma opción de
estudios o profesional, no es a causa de las diferentes capacidades
cognitivas de su cerebro (Vouillot 2015). Afirmar que es más natural que
una mujer se ocupe más de los niños que un hombre a causa de la
oxitocina es cuestionar las leyes de la igualdad, las vacaciones
familiares y la legalización de homoparentalidad. También es frenar las
ambiciones profesionales de las mujeres, animar su trabajo a tiempo
parcial que va a la par de salarios reducidos.
Pretender que la
testosterona da a los hombres más apetito sexual que a las mujeres, o
incluso que la violencia resulta de pulsiones hormonales irresistibles,
lleva a aceptar que esta violencia como inevitable y cuestiona las leyes
que reprimen el acoso sexual y la violencia contra las mujeres.
En el contexto actual en el que las tesis esencialistas resurgen para
atacar los estudios de género, es crucial que los biologicistas se
comprometan al lado de las ciencias humanas y sociales para cuestionar
las falsas evidencias que querrían que el orden social fuera un reflejo
del orden biológico. Abordar el frente de los prejuicios esencialistas
es indispensable para combatir los estereotipos, desenvolver acciones
políticas y construir conjuntamente una cultura de la igualdad." (Catherine Vidal , alencontre.org, en Viento Sur, 10/06/17)
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