Vista general de las barracas de Montjuïc en la década de los sesenta del siglo pasado
"Aquí hemos estado y aquí hemos vivido. Esta fue mi primera Barcelona”.
Tiene unos 65 años muy bien llevados. Se llama Carmen. Viste con
elegancia y mantiene un monólogo sordo frente a los paneles que muestran
imágenes de la montaña de Montjuïc en 1969, barracas, chamizos, caminos
sin pavimentar y vegetación rala entre el estadio y el monumental
palacio de la exposición de 1929.
“No teníamos agua, ni luz, ni calles pavimentadas, pero aquí pasé los años más felices de mi vida”.
Es domingo, 25 de octubre, y Carmen y
otras 500 personas se han reunido en la confluencia del paseo Olímpico y
la calle del doctor Font i Quer para participar en la colocación de las
grandes placas que recuperan una historia perdida, escondida durante
años como si de una vergüenza se tratara, como si esas viviendas no
hubieran formado parte de la opulenta Barcelona.
Las barracas que puntearon las
afueras de la ciudad (1) acabaron de desaparecer con la llegada de los
ayuntamientos democráticos y los Juegos Olímpicos de 1992 acabaron por
cubrir sus cicatrices en el territorio. Después, el silencio. Montjuïc
se convirtió en la aclamada zona olímpica por antonomasia; la Diagonal
fue amplio paseo, césped y centro comercial; Can Valero se transformó en
jardín botánico y Somorrostro en hermosa playa recuperada; Camp de la
Bota cedió su espacio para el frustrado Fórum Universal de las Culturas
del 2004, y el potente puerto engulló Can Tunis.
La nueva Barcelona
había hecho desaparecer las barracas, pero también su recuerdo. La
ciudad perdió parte de su pasado, de su historia. Contra el olvido
fueron surgiendo voces que con pausa trabajaron para recuperar aquella
memoria.
El punto de partida fue el seminario La inmigración en Barcelona en el siglo XX
que del 19 de febrero al 4 de junio del 2003 acogió el Institut
d’Història de Barcelona. La sesión dedicada al crecimiento demográfico y
el barraquismo despertó el interés de un joven historiador, Òscar
Casasayas, que junto a historiadores y antropólogos del grupo Pas a Pas
formó un equipo de trabajo dirigido por Mercè Tarjer y Cristina Larrea
(2) con el fin de investigar la formación de los núcleos barraquistas,
la procedencia de los hombre y mujeres que las habitaron y cómo vivieron
y fueron expulsados de sus casas cuando la ciudad necesitó el espacio
para sus fastos, como el Congreso Eucarístico Internacional de 1952.
Este grupo buscó a los antiguos vecinos, recuperó material gráfico y
grabó testimonios, retazos de aquella gran historia olvidada que
acabaron con el silencio que durante tanto tiempo había tapado su propia
vida. Tres años de trabajo dieron como resultado el estudio El fenómeno del barraquismo en la ciudad de Barcelona, punto de partida de la exposición Barracas. La ciudad informal,
de abril del 2009.
Los visitantes de esta muestra se vieron
protagonistas en fotografías, cifras, textos, orgullo de haber
pertenecido a un grupo, a una clase social, que llegó a Barcelona
huyendo de la miseria, de la represión política, se integró para siempre
en la ciudad de acogida y aportó su trabajo en la reconstrucción
económica.
A la exposición del 2009 siguieron un dossier de Carrer, publicación de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB), un reportaje en el programa 30 Minuts y el documental del programa Sense ficción,
de TV3, de enero del 2010 que planteaba la necesidad de rescatar la
memoria colectiva de aquellas barracas y de sus ocupantes.
El resto fue
llegando poco a poco. Surgió un movimiento vecinal y asociativo que
exigió el reconocimiento público de lo que habían sido aquellos años de
supervivencia, de olvido.
Fueron las voces de Rafael Usero de las
barracas de Montjuïc, o las de Julia Aceituno y su hermano José, vecinos
de Somorrostro, las que marcaron el camino: “No quieren
recordar que aquí estuvo Somorrostro. Pues estuvo, y muchos años de
sufrimiento, de penuria…No, no hay ni un letrero que ponga Somorrostro…”. Las calles se bautizaron como avenida Icaria o Bogatell, pero Somorrostro nunca existió para la Barcelona postolímpica.
El lamento fue recogido por diversos
sectores ciudadanos y canalizado a través de los autores del documental,
Alonso Carnicer y Sara Grimal, los historiadores Mercè Tatjer, Oriol
Granados y Jaume Fabre, y representantes vecinales, como Custodia Moreno
y José Molina.
Se constituyó una comisión para la recuperación de la
memoria de los barrios de barracas y se redactó un manifiesto que
consiguió la adhesión de más de 80 entidades y 800 personas a título
individual. La petición era modesta: que el nomenclátor y la
señalización de la ciudad recogiera la existencia y el reconocimiento
sobre el terreno de los diversos núcleos barraquistas de la ciudad.
Ese
proceso se ha prolongado durante el mandato de tres alcaldes, el
socialista Jordi Hereu, el convergente Xavier Trias y Ada Colau, de
Barcelona en Comú. Finalmente, el trabajo de tanta gente se concretó el
25 de noviembre del 2014 con la colocación en la playa del Somorrostro
(3) de la primera de las grandes placas que visualizan el pasado de lo
que hoy es una atractiva playa y concurrido paseo marítimo, a escasos
metros del barrio de la Barceloneta. Junto a la placa, unos paneles con
fotografías del núcleo barraquista.
El mismo proceso se repitió en
Montjuïc (4) y seguirá en el Carmel (5) y La Perona. Otras siete placas
de menor tamaño se muestran ya en Can Tunis, Poble Sec, Poblenou, Santa
Engracia, Diagonal, Camp de la Bota y La Perona.
¿Qué se ha conseguido con tanto
esfuerzo? Mercé Tatjer asegura que reportajes, documentales, comisiones,
placas y encuentros han servido para recuperar el pasado, cierto, pero
también para acabar con el recelo de vincular a los barraquistas con la
degradación urbana y romper el miedo a expresar en voz alta cómo fueron
los primeros años de existencia de aquellos vecinos, “años lastrados por una leyenda negra que ahora también se ha roto”.
Los primeros barraquistas procedían, en general, de fuera de
Barcelona, pero Tatjer ha documentado un elevado número de familias que
llegaron de Lleida y de otros puntos de Catalunya.
Algunos eran
pescadores que decidieron recalar definitivamente en la ciudad, otros
abandonaron sus pueblos huyendo de la miseria o de la represión
franquista, y todos aquellos hombres y mujeres que llegaron con la
esperanza bajo el brazo han tenido historias de superación más allá de
barracas y primeras miserias.
Tatjer recuerda que en la década de los 50
y 60 del siglo pasado faltaba mano de obra en Barcelona y que la
inmigración colaboró en el resurgimiento industrial y las necesidades
del servicio doméstico. “De las barracas pasaron a los
polígonos construidos con prisa en el extrarradio, sin equipamientos, y
surgieron barrios con vida propia, reivindicativos, exigentes con la
administración, el núcleo obrero de la lucha antifranquista”.
La preparación de Barcelona para los
Juegos Olímpicos acabó con los últimos vestigios de barraquismo, pero
Mercè Tatjer no está segura de que Barcelona haya superado la lacra de
la infravivienda y prefiere decir que, simplemente, ha cambiado de
aspecto: “Hoy hay hipotecas que expulsan a la
gente, superocupación de pequeños pisos, naves industriales abandonadas
convertidas en alojamiento de los nuevos emigrantes y viviendas de
autoconstrucción aisladas cuya existencia, otra vez, nadie quiere
reconocer, así que da miedo pensar que la historia pueda volver a
repetirse”.
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(1) En la década de los 60 del siglo pasado se calcula que 100.000 personas vivían en diferentes núcleos barraquistas de Barcelona, aproximadamente el 10% de la población de la ciudad.
(2) Barraques. La Barcelona informal del segle XX. Mercè Tatjer y Cristina Larrea. Diciembre 2010. Publicaciones del Ayuntamiento de Barcelona.
(3) En 1957 se contabilizaron en esta zona 1.332 barracas. La erradicación de las mismas comenzó en 1966.
(4) Las diversas zonas de la montaña acogían casi 6.000 barracas que desaparecieron en 1972.
(5) En 1957, el ayuntamiento reconoció en los tres núcleos del barrio casi 600 barracas.
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