13/11/15

Barracas: la Barcelona escondida...

 
 Vista general de las barracas de Montjuïc en la década de los sesenta del siglo pasado

"Aquí hemos estado y aquí hemos vivido. Esta fue mi primera Barcelona”. Tiene unos 65 años muy bien llevados. Se llama Carmen. Viste con elegancia y mantiene un monólogo sordo frente a los paneles que muestran imágenes de la montaña de Montjuïc en 1969, barracas, chamizos, caminos sin pavimentar y vegetación rala entre el estadio y el monumental palacio de la exposición de 1929.

 “No teníamos agua, ni luz, ni calles pavimentadas, pero aquí pasé los años más felices de mi vida”.

Es domingo, 25 de octubre, y Carmen y otras 500 personas se han reunido en la confluencia del paseo Olímpico y la calle del doctor Font i Quer para participar en la colocación de las grandes placas que recuperan una historia perdida, escondida durante años como si de una vergüenza se tratara, como si esas viviendas no hubieran formado parte de la opulenta Barcelona.



Las barracas que puntearon las afueras de la ciudad (1) acabaron de desaparecer con la llegada de los ayuntamientos democráticos y los Juegos Olímpicos de 1992 acabaron por cubrir sus cicatrices en el territorio. Después, el silencio. Montjuïc se convirtió en la aclamada zona olímpica por antonomasia; la Diagonal fue amplio paseo, césped y centro comercial; Can Valero se transformó en jardín botánico y Somorrostro en hermosa playa recuperada; Camp de la Bota cedió su espacio para el frustrado Fórum Universal de las Culturas del 2004, y el potente puerto engulló Can Tunis. 

La nueva Barcelona había hecho desaparecer las barracas, pero también su recuerdo. La ciudad perdió parte de su pasado, de su historia. Contra el olvido fueron surgiendo voces que con pausa trabajaron para recuperar aquella memoria. 

El punto de partida fue el seminario La inmigración en Barcelona en el siglo XX que del 19 de febrero al 4 de junio del 2003 acogió el Institut d’Història de Barcelona. La sesión dedicada al crecimiento demográfico y el barraquismo despertó el interés de un joven historiador, Òscar Casasayas, que junto a historiadores y antropólogos del grupo Pas a Pas formó un equipo de trabajo dirigido por Mercè Tarjer y Cristina Larrea (2) con el fin de investigar la formación de los núcleos barraquistas, la procedencia de los hombre y mujeres que las habitaron y cómo vivieron y fueron expulsados de sus casas cuando la ciudad necesitó el espacio para sus fastos, como el Congreso Eucarístico Internacional de 1952. 

Este grupo buscó a los antiguos vecinos, recuperó material gráfico y grabó testimonios, retazos de aquella gran historia olvidada que acabaron con el silencio que durante tanto tiempo había tapado su propia vida. Tres años de trabajo dieron como resultado el estudio El fenómeno del barraquismo en la ciudad de Barcelona, punto de partida de la exposición Barracas. La ciudad informal, de abril del 2009. 

Los visitantes de esta muestra se vieron protagonistas en fotografías, cifras, textos, orgullo de haber pertenecido a un grupo, a una clase social, que llegó a Barcelona huyendo de la miseria, de la represión política, se integró para siempre en la ciudad de acogida y aportó  su trabajo en la reconstrucción económica.

 

A la exposición del 2009 siguieron un dossier de Carrer, publicación de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB), un reportaje en el programa 30 Minuts y el documental del programa Sense ficción, de TV3, de enero del 2010 que planteaba la necesidad de rescatar la memoria colectiva de aquellas barracas y de sus ocupantes. 

El resto fue llegando  poco a poco. Surgió un movimiento vecinal y asociativo que exigió el reconocimiento público de lo que habían sido aquellos años de supervivencia, de olvido. 

Fueron las voces de Rafael Usero de las barracas de Montjuïc, o las de Julia Aceituno y su hermano José, vecinos de Somorrostro, las que marcaron el camino: “No quieren recordar que aquí estuvo Somorrostro. Pues estuvo, y muchos años de sufrimiento, de penuria…No, no hay ni un letrero que ponga Somorrostro…”. Las calles se bautizaron como avenida Icaria o Bogatell, pero Somorrostro nunca existió para la Barcelona postolímpica.  

El lamento fue recogido por diversos sectores ciudadanos y canalizado a través de los autores del documental, Alonso Carnicer y Sara Grimal, los historiadores Mercè Tatjer, Oriol Granados y Jaume Fabre, y representantes vecinales, como Custodia Moreno y José Molina.

 Se constituyó una comisión para la recuperación de la memoria de los barrios de barracas y se  redactó un manifiesto que consiguió la adhesión de más de 80 entidades  y 800 personas a título individual. La petición era modesta: que el nomenclátor y la señalización de la ciudad recogiera la existencia y el reconocimiento sobre el terreno de los diversos núcleos barraquistas de la ciudad.

 Ese proceso se ha prolongado durante el mandato de tres alcaldes, el socialista Jordi Hereu, el convergente Xavier Trias y Ada Colau, de Barcelona en Comú. Finalmente, el trabajo de tanta gente se concretó el 25 de noviembre del 2014 con la colocación en la playa del Somorrostro (3) de la primera de las grandes placas que visualizan el pasado de lo que hoy es una atractiva playa y concurrido paseo marítimo, a escasos metros del barrio de la Barceloneta. Junto a la placa, unos paneles con fotografías del núcleo barraquista. 

El mismo proceso se repitió en Montjuïc (4) y seguirá en el Carmel (5) y La Perona. Otras siete placas de menor tamaño se muestran ya en Can Tunis, Poble Sec, Poblenou, Santa Engracia, Diagonal, Camp de la Bota y La Perona.

 ¿Qué se ha conseguido con tanto esfuerzo? Mercé Tatjer asegura que reportajes, documentales, comisiones, placas y encuentros han servido para recuperar el pasado, cierto, pero también para acabar con el recelo de vincular a los barraquistas con la degradación urbana y romper el miedo a expresar en voz alta cómo fueron los primeros años de existencia de aquellos vecinos, “años lastrados por una leyenda negra que ahora también se ha roto”.

 Los  primeros barraquistas procedían, en general, de fuera de Barcelona, pero Tatjer ha documentado un elevado número de familias que llegaron de Lleida y de otros puntos de Catalunya. 

Algunos eran pescadores que decidieron recalar definitivamente en la ciudad, otros abandonaron sus pueblos huyendo de la miseria o de la represión franquista, y todos aquellos hombres y mujeres que llegaron con la esperanza bajo el brazo han tenido historias de superación más allá de barracas y primeras miserias. 

Tatjer recuerda que en la década de los 50 y 60 del siglo pasado faltaba mano de obra en Barcelona y que la inmigración colaboró en el resurgimiento industrial y las necesidades del servicio doméstico. “De las barracas pasaron a los polígonos construidos con prisa en el extrarradio, sin equipamientos, y surgieron barrios con vida propia, reivindicativos, exigentes con la administración, el núcleo obrero de la lucha antifranquista”. 
 
La preparación de Barcelona para los Juegos Olímpicos acabó con los últimos vestigios de barraquismo, pero Mercè Tatjer no está segura de que  Barcelona haya superado la lacra de la infravivienda y prefiere decir que, simplemente, ha cambiado de aspecto: “Hoy hay hipotecas que expulsan a la gente, superocupación de pequeños pisos, naves industriales abandonadas convertidas en alojamiento de los nuevos emigrantes y viviendas de autoconstrucción aisladas cuya existencia, otra vez, nadie quiere reconocer, así que da miedo pensar que la historia pueda volver a repetirse”.    


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(1) En la década de los 60 del siglo pasado se calcula que 100.000 personas vivían en diferentes núcleos barraquistas de Barcelona, aproximadamente el 10% de la población de la ciudad.
(2) Barraques. La Barcelona informal del segle XX. Mercè Tatjer y Cristina Larrea. Diciembre 2010. Publicaciones del Ayuntamiento de Barcelona.
(3) En 1957 se contabilizaron en esta zona 1.332 barracas. La erradicación de las mismas comenzó en 1966.
(4) Las diversas zonas de la montaña acogían casi 6.000 barracas que desaparecieron en 1972.
(5) En 1957, el ayuntamiento reconoció en los tres núcleos del barrio casi 600 barracas.

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