16/4/24

Optimismo por el futuro del planeta... Los liberales creen que el mayor obstáculo para la necesaria intervención climática es la falta de conciencia social y de liderazgo profesional. El verdadero problema es la ausencia de un programa de estabilización climática militante y dirigido por los trabajadores... Los trabajadores, no los tecnócratas, garantizarán un planeta sostenible

"Los liberales creen que el mayor obstáculo para la necesaria intervención climática es la falta de conciencia social y de liderazgo profesional. El verdadero problema es la ausencia de un programa de estabilización climática militante y dirigido por los trabajadores.
Reseña de Not the End of the World: How We Can Be the First Generation to Build a Sustainable Planet No es el fin del mundo: cómo podemos ser la primera generación en construir un planeta sostenible, de Hannah Ritchie (Little Brown Spark, 2024)
Ya no es ningún secreto que las generaciones más jóvenes están acosadas por la ansiedad ecológica y la angustia climática. Según la revista Lancet Planetary Health, estos sentimientos se han convertido en un verdadero fenómeno mundial, que prevalece en los países de renta alta, media y baja. Mientras tanto, el movimiento ecologista lleva mucho tiempo aquejado de un sentimiento generalizado de pesimismo sobre las perspectivas de su propio éxito.

Hannah Ritchie, científica medioambiental y subdirectora de Our World in Data, se sintió obligada a introducir un urgente sentimiento de optimismo en el debate sobre el clima. En su libro Not the End of the World: How We Can Be the First Generation to Build a Sustainable Planet (No es el fin del mundo: cómo podemos ser la primera generación en construir un planeta sostenible), Ritchie pretende representar a «una generación de jóvenes que quieren ver cambiar el mundo», pero que se ven abrumados por la inacción ante los boletines de noticias apocalípticos y la indiferencia de los gobiernos.

En el mejor de los casos, el libro de Ritchie da un vuelco a la sabiduría convencional de los ecologistas del estilo de vida consumista -cuya teoría del cambio es tan confusa y errónea como elevada es su ansiedad- para restaurar un sentido colectivo de control sobre nuestro futuro compartido. Ritchie tampoco está dispuesta a adormecer a sus lectores con una falsa sensación de seguridad identificando soluciones técnicas fáciles para combatir el cambio climático. «Los problemas de este libro no se resolverán por sí solos», subraya Ritchie, sino que «requerirán el esfuerzo creativo y decidido de personas que desempeñen diversas funciones». De este modo, Ritchie recuerda la última y oculta idea de David Graeber sobre el mundo: es algo que hacemos, y que podríamos hacer de otro modo.

Sin embargo, en un claro reflejo de sus propias inclinaciones profesionales, Ritchie se equivoca a la hora de identificar a los agentes que reharán el mundo, delegando la tarea en los innovadores, los responsables políticos, los financiadores y, lo que es más importante, «los individuos valientes y las empresas privadas». En consecuencia, el camino que propone hacia la estabilización climática está pavimentado con impuestos sobre el carbono y otras soluciones inadecuadas orientadas al mercado, una defensa anacrónica de recetas políticas liberales ineficaces que arroja luz sobre un nuevo conjunto de sensibilidades y alianzas entre los activistas climáticos de la corriente dominante.

Es cierto, como sostiene Ritchie, que combatir el cambio climático no es ni completamente imposible ni tranquilizadoramente fácil. La cuestión pendiente es quién liderará la carga.

Comunicadores científicos y tecnócratas políticos del mundo, uníos . . .

En Climate Change as Class War: Building Socialism on a Warming Planet, Matt Huber ofrece una esquemática tipología tripartita de los profesionales de la escena política climática: divulgadores científicos, tecnócratas políticos y radicales antisistema. Las críticas socialistas se han centrado principalmente en este último grupo, responsable del decrecimiento, un movimiento académico y social incipiente que expresa una desafección generalizada hacia nuestras sociedades industriales intensivas en emisiones. La generalización de ciertas variedades neomalthusianas del movimiento del decrecimiento, cuyo programa preferido de reducción agregada y ecoausteridad desempoderaría aún más a la clase trabajadora, no sustituye al movimiento climático mayoritario liderado por los trabajadores, necesario para descarbonizar rápida y democráticamente nuestras economías a gran escala, al tiempo que se mejora, no se empeora, la vida de la clase trabajadora.

La generalización de la perspectiva del decrecimiento propuesta por los radicales antisistema es preocupante. Pero debemos estar igualmente atentos a la aparición simultánea de una nueva generación de divulgadores científicos y tecnócratas políticos liberales cuyos mensajes están diseñados para fabricar el apoyo popular a las ineficaces estrategias de descarbonización orientadas al mercado.

Not the End of the World, de Ritchie, ilustra una alianza cada vez más coherente entre distintos grupos de profesionales del clima de la corriente dominante. La nueva hornada de expertos en clima con credenciales tiende a compartir la crítica de Ritchie a la información sensacionalista de los medios de comunicación sobre la crisis climática, que les preocupa que transmita una sensación de fatalidad inminente que paralice a la sociedad hasta una aceptación apática del colapso planetario. Para Ritchie, esta observación proviene de una experiencia personal: cuando tenía poco más de veinte años, las incesantes profecías catastrofistas la convencieron de que ya no tenía ningún futuro por el que mereciera la pena vivir. Años más tarde, Ritchie llegó a considerar la incomprensión de la escala y la naturaleza del problema como el obstáculo fundamental para una acción climática eficaz.

Otro obstáculo, según Ritchie, es la polarización política, que en su opinión impide la cooperación necesaria para combatir la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, la deforestación y la contaminación ambiental. En otras palabras, no hay tiempo para el fútbol político; la resolución de problemas debe delegarse en tecnócratas imparciales.

Para ejemplificar este punto, Ritchie establece un paralelismo con la exitosa defensa de la capa de ozono por parte de la comunidad científica, que ella describe como «el cambio climático de su época». En su relato, un trío de científicos galardonados con el Premio Nobel descubrió que las emisiones humanas de clorofluorocarbonos (CFC) estaban destruyendo el ozono de la estratosfera, pero sus descubrimientos fueron difamados por industriales y políticos interesados. Finalmente, una campaña de presión pública llevó a los países a adoptar en 1987 el Protocolo de Montreal, que regula la producción de sustancias que agotan la capa de ozono. Desde su adopción, se ha producido una disminución del 99,7% de los CFC y otras sustancias que agotan la capa de ozono.

En esta narración de los hechos, los ciudadanos preocupados dieron poder a los expertos científicos y a los tecnócratas de la política para combatir los intereses malignos de los gigantes industriales y sus secuaces políticos. Por tanto, debería adoptarse la misma fórmula, incluida la evasión de la arena democrática de los intereses políticos contrapuestos, para combatir el cambio climático y otros problemas de sostenibilidad actuales.

Pero la historia de la capa de ozono y la crisis actual no son fenómenos análogos. La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, a diferencia de los CFC, no puede lograrse sin alterar nuestros sistemas energéticos basados en combustibles fósiles. Y son los combustibles fósiles, y no las moléculas de cloro, los que han permitido nuestro desarrollo industrial. Así pues, como advierte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), abordar el problema del calentamiento global exigirá «cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad». El problema va más allá de la afición tecnocrática de los activistas climáticos profesionales, cuya principal preocupación es contabilizar y gestionar con precisión los impactos ecológicos y medioambientales («externalidades») de nuestros sistemas económicos de producción, y requiere en cambio una acción masiva y una transformación social para superar las relaciones de propiedad capitalistas que sustentan las estrategias insostenibles de acumulación.

Ritchie reconoce que «cuando nuestras economías funcionan con combustibles fósiles, estamos a merced de quienes los producen». Sin embargo, en lugar de una aquiescencia muda, se ha producido una creciente protesta pública y resistencia política a las empresas de combustibles fósiles. En Estados Unidos, por ejemplo, ocho estados y tres docenas de municipios han presentado demandas contra las grandes petroleras por engañar intencionadamente al público sobre la crisis climática.

«Proteger nuestros bienes comunes públicos frente a los intereses adquisitivos de los accionistas corporativos siempre ha requerido contestación política».
Según la teoría del cambio de Ritchie, que se basa en una ciudadanía científicamente informada que empodere a los responsables políticos ilustrados, se dan todas las condiciones necesarias para una transición rápida que abandone las fuentes de energía basadas en combustibles fósiles. Sin embargo, los productores de petróleo y gas siguen obteniendo beneficios récord y la producción nacional de petróleo alcanzó su máximo histórico en 2023. Está claro que necesitamos otro tipo de intervención.

La clase trabajadora tiene el poder

La divergencia entre las expectativas liberales y las realidades materiales es el resultado de una teoría ingenua del cambio social. Proteger nuestro patrimonio público y el bienestar social colectivo frente a los intereses adquisitivos de los accionistas corporativos siempre ha requerido contestación política. El trastorno sin precedentes históricos de nuestro complejo industrial-energético requiere un contramovimiento mayoritario capaz de forzar una rápida transición hacia las emisiones netas cero. Debemos centrarnos en el poder y la planificación, no en la persuasión y las señales de precios.

En honor a Ritchie, reconoce que tenemos que hacer que la gente «sienta que está mejorando su vida» para «conseguir que todo el mundo se sume al cambio a una vida baja en carbono». Más que convencer a la gente de que optimice su huella de carbono, lo que transforma a los ciudadanos en consumidores éticos, «nuestra imagen social de la sostenibilidad tiene que cambiar». Desgraciadamente, la sensibilidad profesional de Ritchie parece seguir dando lugar a un punto ciego respecto a las condiciones materiales de la mayoría de la clase trabajadora. Aquí vale la pena citar a Ritchie en extenso: “Lo último que puedes hacer es pensar en cómo empleas tu tiempo. Los problemas de este libro no se resolverán solos. Una persona media pasará unas 80.000 horas en el trabajo a lo largo de su vida. Elige una gran carrera en la que realmente puedas marcar la diferencia y tu impacto podría ser miles, o millones, de veces mayor que tus esfuerzos individuales por reducir tu huella de carbono.”

De la lectura de este pasaje se desprende claramente que Ritchie piensa en términos de carreras más que de empleos, y entiende que las carreras se eligen libremente. En consecuencia, anima a los jóvenes aspirantes a profesionales -la supuesta audiencia del libro- a elegirlas sabiamente. Por supuesto, para la mayoría de los trabajadores, navegar por el mercado laboral es una experiencia muy diferente. Sin alguna combinación de credenciales universitarias, conexiones familiares y redes profesionales, las preferencias personales de la mayoría de la gente quedan extinguidas por las leyes del movimiento de la economía de mercado capitalista.

Aunque las personas de clase trabajadora no suelen estar en condiciones de diseñar libremente sus carreras para maximizar su impacto medioambiental positivo, no son ni mucho menos impotentes. Al contrario, como sostiene Matt Huber, nuestra atención debería centrarse en resucitar el movimiento obrero y «recuperar la capacidad militante de los trabajadores para hacer huelga y obligar a las élites a ceder a las demandas radicales», especialmente entre los trabajadores de base de los servicios públicos que pueden aprovechar su poder estratégico sobre la generación de electricidad y las redes de transmisión para forzar una rápida descarbonización de la red.

En última instancia, nuestro problema no es la falta de conciencia social y de liderazgo profesional, sino un sistema político que privilegia los beneficios de unos pocos a expensas de un planeta habitable y de un futuro sostenible para todos. Para resistir a la imposición de un nuevo sentido común tecnocrático liberal, que nos condenaría a todos a la catástrofe climática, necesitamos alimentar una visión positiva de un programa de estabilización climática socialmente justo y dirigido por los trabajadores.

Como declararon los manifestantes franceses durante las protestas por la reforma de las pensiones del verano pasado: «Fin du monde, fin du mois, même combat». El fin del mundo y el fin de mes son el mismo combate."

(Alec Fiorini investiga la economía política de la transición energética y el complejo alimentario mundial como doctorando en la Universidad Queen Mary de Londres. JACOBIN, 14/04/24, traducción DEEPL, enlaces en el original)

Los desproporcionados costes de la austeridad... estamos observando un preocupante aumento de la retórica militar por parte de los líderes políticos mundiales... Para ello, resulta útil conocer qué es lo que generó las dos primeras Guerras Mundiales y establecer alguna similitud con la situación presente... existe un importante paralelismo entre la situación actual y la de los años 20 y 30... y es que ambos contextos surgen de un período de austeridad fiscal e ideología política neoliberal... El apoyo de los votantes a partidos extremistas se vincula a las consecuencias económicas de las políticas de austeridad, que provocan una caída del PIB, del empleo, de la inversión, y de los salarios... es la estrategia que se implementó durante el auge neoliberal (1990-2007) y la que se está intentando restablecer hoy. Por aquel entonces esta estrategia nos llevó a una crisis económica global de consecuencias catastróficas; y hoy nos ha colocado a las puertas de la tercera Guerra Mundial. Otra opción es un capitalismo social (como el del periodo 1945-1973) que sea capaz de gestionar el descontento de los perdedores desde su origen; creando un crecimiento inclusivo y sostenible que reduzca la necesidad y el deseo de autoritarismo en la sociedad civil

  "Actualmente, estamos observando un preocupante aumento de la retórica militar por parte de los líderes políticos mundiales. Esta escalada del discurso bélico, probablemente fruto del debilitamiento del sentido común político-militar que solía guiar las relaciones entre las superpotencias nucleares, podría desembocar en un conflicto nuclear. 

La mera posibilidad de una tercera Guerra Mundial es demasiado terrible y nos obliga a tomar medidas para prevenirla. Para ello, resulta útil conocer qué es lo que generó las dos primeras Guerras Mundiales y establecer alguna similitud con la situación presente. 

En una entrevista reciente (ver aquí), David Harvey nos recuerda que existe un importante paralelismo entre la situación actual y la de los años 20 y 30, y es que ambos contextos surgen de un período de austeridad fiscal e ideología política neoliberal. Un artículo recientemente publicado en la prestigiosa revista Review of Economics and Statistics (ver aquí) señala que la austeridad fiscal causa un aumento significativo del porcentaje de votos a los partidos extremistas. 

El apoyo de los votantes a partidos extremistas se vincula a las consecuencias económicas de las políticas de austeridad, que provocan una caída del PIB, del empleo, de la inversión, y de los salarios. Otro artículo importante, y un clásico en este tema, publicado en el Journal of Economic History (ver aquí), señala que en las cuatro elecciones alemanas entre 1930 y 1933 el partido Nazi tuvo más éxito electoral en las áreas más afectadas por la austeridad fiscal. 

La austeridad fiscal ha causado que hoy se estén dando situaciones de gran agitación política; y de tal agitación están saliendo reforzados políticos aparentemente anti establishment cuyas propuestas son eminentemente autoritarias. De este modo, tal y como indica la evidencia empírica y la historia, los efectos socioeconómicos de las políticas de austeridad refuerzan los marcos ideológicos de represión disciplinaria. Esta estructura ideológica de represión constituye una herramienta clave para el creciente autoritarismo que nos ha situado hoy, de nuevo, a las puertas de una guerra planetaria. 

La crisis financiera global y la Gran Recesión frenaron en seco el proceso de acumulación de deuda de los hogares en el que se basó el régimen de crecimiento económico del periodo 1990-2007, y crearon una crisis en el capitalismo global cuyos efectos siguen hoy presentes. La clave para la renovación institucional necesaria para abordar esta situación pasa por gestionar el descontento de los perdedores. Para ello existen, como mínimo, dos estrategias. Una de ellas es el neoliberalismo autoritario, que básicamente implica reconciliar a los hogares trabajadores con las realidades del mercado laboral neoliberal mediante la coacción, la distracción y la austeridad. 

Esta es la estrategia que se implementó durante el auge neoliberal (1990-2007) y la que se está intentando restablecer hoy. Por aquel entonces esta estrategia nos llevó a una crisis económica global de consecuencias catastróficas; y hoy nos ha colocado a las puertas de la tercera Guerra Mundial. Otra opción es un capitalismo social (como el del periodo 1945-1973) que sea capaz de gestionar el descontento de los perdedores desde su origen; creando un crecimiento inclusivo y sostenible que reduzca la necesidad y el deseo de autoritarismo en la sociedad civil."                     ( , Economistas frente a la crisis, 06/04/24)

15/4/24

¿Cómo está cambiando la IA el mercado laboral? Con un aumento de la pérdida de puestos de trabajo en el sector tecnológico, 33.000 sólo en dos meses de este año... Si graduarse en la universidad ya no garantiza unos ingresos estables y para toda la vida en determinadas carreras, ¿Podríamos asistir a una vuelta al trabajo manual altamente cualificado? El número de estudiantes estadounidenses que se matriculan en programas de formación profesional se disparó un 16% el año pasado, mientras que las matrículas universitarias no han dejado de disminuir desde 2019... ¿Están perdiendo los empleos de cuello blanco su reputación de ingresos seguros, como en su día la perdieron los empleos de color azul con la llegada de la automatización de la producción? En nuestro entorno observamos que cada vez hay más jóvenes dispuestos a tomar conscientemente la decisión de no ir a la universidad y aprender primero un oficio con un enfoque práctico de su trayectoria profesional (Wolfgang Münchau)

 "De la universidad a los oficios

¿Cómo está cambiando la IA el mercado laboral? Los medios de comunicación estadounidenses informan de un aumento de la pérdida de puestos de trabajo en el sector tecnológico, 33.000 sólo en dos meses de este año. Una encuesta mundial de PwC a directores ejecutivos revela que el 25% de ellos espera reducir su plantilla en al menos un 5% en 2024 debido a la IA generativa.

Para los jóvenes, estas perspectivas son desalentadoras a la hora de decidir qué camino tomar después de la escuela. Si graduarse en la universidad ya no garantiza unos ingresos estables y para toda la vida en determinadas carreras, ¿cómo elegir el camino correcto?

¿Podríamos asistir a una vuelta al trabajo manual altamente cualificado? Observamos un interesante artículo de Axios según el cual el número de estudiantes estadounidenses que se matriculan en programas de formación profesional se disparó un 16% el año pasado, mientras que las matrículas universitarias no han dejado de disminuir desde 2019. El número de estudiantes universitarios se disparó en 2008, cuando la generación del milenio estaba asentada en la recesión. Pero estudiar en EE.UU. es caro, y los estudiantes acaban con un montón de deudas una vez abandonada la universidad.

La UE no es EE.UU., y en la mayoría de los países de la UE estudiar no es caro en absoluto. Pero los costes son sólo un factor. La perspectiva de ganar capacidades es otro muy distinto. ¿Están perdiendo los empleos de cuello blanco su reputación de ingresos seguros, como en su día la perdieron los empleos de color azul con la llegada de la automatización de la producción? Estos cambios de expectativas tendrán un impacto estructural en el mercado laboral a la hora de elegir la carrera profesional y provocarán una mala asignación de la mano de obra.

 Ya hay escasez de mano de obra en algunos sectores, tanto en la UE como en Estados Unidos. Esto se debe también al bajo crecimiento demográfico y a la inminente jubilación de la generación del baby boom. Una forma de cubrir esas vacantes es recurrir a la migración de trabajadores extranjeros. Como hemos visto en la UE, esto es más fácil de decir que de hacer para la mayoría de los países, excepto quizá España.

Otra forma de llenar el vacío es a través de un cambio cualitativo de los conjuntos de habilidades dentro de una sociedad. El cambio a la formación profesional es una forma de hacerlo. También hay buenas razones para considerar que los oficios están más preparados para el futuro. Los retos medioambientales y los cambios a los que se enfrentan nuestras economías no sólo requieren arquitectos e ingenieros, sino también profesionales altamente cualificados que apliquen nuevas técnicas y las mejoren. En los años 80, cuando íbamos a la universidad en Alemania, no era raro que la gente hiciera primero un aprendizaje de tres años. Esto pasó de moda en la acelerada década de 1990. Pero, ¿quizás estén volviendo estas opciones profesionales? En nuestro entorno observamos que cada vez hay más jóvenes dispuestos a tomar conscientemente la decisión de no ir a la universidad y aprender primero un oficio con un enfoque práctico de su trayectoria profesional."

(Wolfgang Münchau , Eurointelligence, 15/04/24, traducción DEEPL)

Nostalgia del urbanismo yugoslavo... la historia de la vivienda colectiva en Yugoslavia... «Cosas que podrías considerar imposibles ya se han logrado antes»

"Nota de los editores de LeftEast: Nuestra miembro Sonja Dragović entrevistó a la Dra. Lea Horvat acerca de su trabajo sobre la historia arquitectónica y cultural de la Yugoslavia socialista, que ha dado lugar recientemente al libro «Hard Currency Concrete: A Cultural History of Mass Housing Construction in Socialist Yugoslavia and its Successor States» (Gottingen: Vandenhoeck & Ruprecht Verlag, 2024; próxima traducción al inglés). La investigación de Horvat pone de relieve la importancia y el potencial del parque de viviendas en masa producido bajo la autogestión yugoslava, así como el valor de tener y conocer este legado en el momento en que se agudiza la crisis de la vivienda.

Sonja Dragović (SD): En «Hard Currency Concrete», usted navega por el cambiante panorama de la vivienda colectiva en Yugoslavia y sus Estados sucesores, desde el optimismo de los años cincuenta hasta las consecuencias de la privatización y las secuelas de las guerras de los noventa. ¿Cómo se ha transformado el concepto de vivienda colectiva en el imaginario público y político a lo largo de estas décadas?

Lea Horvat (LH): En los primeros tiempos del socialismo, se trataba sobre todo de imaginar el futuro venidero. El debate estaba predominantemente en manos de los arquitectos, y lo discuto basándome en el tópico de una obra en construcción. Cuando la vivienda socialista de masas despegó en los años sesenta y el auge de la construcción llegó a las vidas de los yugoslavos, la principal preocupación en ese momento era cómo amueblar esas casas, en gran medida desconocidas para la gente acostumbrada a la vivienda rural o a los apartamentos del siglo XIX. Por supuesto, no todo el mundo consiguió un apartamento en aquella época, pero la mayoría conocía a alguien que sí lo hizo, y así fue como la vivienda socialista de masas entró en la esfera de la vida cotidiana.

Desde finales de la década de 1960 y hasta el final del socialismo, los debates en la esfera pública se centraron en un panorama más amplio: el vecindario o la dinámica dentro de la urbanización. Tras los primeros resultados en el establecimiento a gran escala de urbanizaciones masivas, diversos profesionales, desde arquitectos a sociólogos y ecologistas, empezaron a cuestionar los conceptos funcionalistas de las primeras urbanizaciones masivas, en particular la idea de zonificación (residencial, industrial…) y la rígida disposición geométrica de bloques independientes dentro de espacios (verdes), con el papel minimizado de la calle. Sin embargo, esto no significa que la construcción se detuviera; al contrario, muchos proyectos de los años setenta y ochenta reconfiguraron lo que significaba la vivienda colectiva y funcionaron como una especie de crítica encarnada.

En la década de 1990, los apartamentos de viviendas colectivas se privatizaron, es decir, se pusieron a la venta a sus usuarios sin mucho debate al respecto. Sin embargo, hay mucho material del ámbito de la ficción en el que se negocia la vivienda colectiva; se ve vivienda colectiva en las películas y se lee sobre ella en las novelas, por lo que era obvio que había una necesidad de hablar de estos espacios en aquella época. Por eso, en el último capítulo me ocupo sobre todo de la imagen de la vivienda colectiva, pero siempre con la cuestión de la propiedad como telón de fondo. Incluso en el clima político más antisocialista, nadie se planteó seriamente deshacerse de estas viviendas u ofrecer alguna respuesta igual de contundente a los problemas de vivienda.

SD: En el libro, usted trabaja con un concepto de «arena medial» creado dentro de los puntos en común y las asimetrías intrayugoslavas. ¿Podría explicarnos cómo influyeron estas dinámicas intrayugoslavas en las prácticas arquitectónicas y las políticas de vivienda de las distintas repúblicas y cómo contribuyeron a la identidad cultural de la vivienda colectiva en la región?

LH: Mi idea con respecto a las arenas mediales, que procede de Stuart Hall y de la labor del Centro de Estudios Culturales de Birmingham en favor de la cultura pop, consistía en limitar mi investigación a ciertas esferas del debate público en las que la cuestión ocupaba un lugar destacado. Yo rastreaba la cuestión de la vivienda a través de géneros y disciplinas e intentaba encontrar los puntos en los que se producía algún tipo de debate de todos los yugoslavos. Mi enfoque privilegia los debates públicos, pero, por supuesto, esto es sólo una cara de la historia.

Con el tiempo, me di cuenta de que mi método también repite necesariamente algunas de las asimetrías de poder económico intrayugoslavas a lo largo de la división noroeste-sureste. Eslovenia, Croacia y Serbia, repúblicas con una fuerte tradición prosocialista de prensa e instituciones arquitectónicas, también la continuaron después de la Segunda Guerra Mundial, y los arquitectos y empresas constructoras de esas repúblicas construían más a menudo en otras repúblicas que viceversa. Esto también era muy palpable en la industria del mueble, donde Eslovenia tenía un papel destacado y gozaba de gran reputación en toda Yugoslavia. Por ejemplo, Naš dom («Nuestro hogar»), la primera revista yugoslava dedicada exclusivamente a la arquitectura y el diseño del hogar, empezó a publicarse en Maribor en 1967 y rebosaba de anuncios de productos de empresas eslovenas. Al mismo tiempo, la esfera pública nunca es un lugar tranquilo de igualdad rosada.

SD: La vivienda colectiva se asocia a menudo con la uniformidad, pero su investigación muestra que los barrios y apartamentos de viviendas colectivas yugoslavos eran cualquier cosa menos uniformes. ¿Podría comentar la interacción entre las políticas públicas, las soluciones arquitectónicas innovadoras y las contribuciones individuales de los residentes a este resultado?

LH: En comparación con la República Democrática Alemana, la Unión Soviética o Checoslovaquia, donde la construcción de viviendas colectivas y la investigación estaban bastante centralizadas, las viviendas colectivas yugoslavas eran sorprendentemente diversas. Es la consecuencia de la descentralización y la autogestión, pilares del socialismo yugoslavo.
Al principio, los experimentos con la construcción de viviendas colectivas se realizaban en varios lugares simultáneamente. A veces, tal estructura resultaba abrumadoramente compleja en la práctica. Por ejemplo, Grbavica I, construido en los años 50 en Sarajevo, constaba de 31 edificios, en los que participaban 5 empresas constructoras, 21 planes y 14 inversores. En Grbavica II, la estructura se simplificó considerablemente (con un solo inversor y una sola empresa constructora), pero la variedad de planes seguía presente.

Esta constelación de construcción de viviendas sí produjo variedad visual y espacial. La incapacidad o la negativa a producir miles de apartamentos del mismo tipo podría haberse interpretado entonces como un defecto, pero ahora se ha convertido en un punto fuerte porque ha producido diversidad visual en el paisaje urbano.

Sin embargo, la diversidad viene acompañada de algunos aspectos más ambivalentes. En cierto modo, la desigualdad también produce diversidad. Desde mediados de la década de 1960, cada vez es más aceptable la variedad de opciones de vivienda dentro de un mismo barrio, desde casas hasta rascacielos. En 1964, el arquitecto y crítico de Zagreb Andrija Mutnjaković comparó la amplitud de formas de vida, desde apartamentos de 1 a 4 habitaciones, con las diferencias en el modo de transporte, desde caminar a conducir Fićo1 o poseer un Mercedes. En su opinión, las diferencias de clase eran imposibles de borrar por completo.

Una cuestión igualmente ambivalente es el uso del generoso espacio público, parte integrante y esencial de las urbanizaciones masivas. El «derecho a la ciudad» de Henri Lefebvre animaba a los ciudadanos a utilizar y dar forma a los espacios públicos. Al mismo tiempo, la idea de que el espacio público es menos un espacio previsto por arquitectos y expertos en urbanismo y más un espacio inacabado abrió la puerta a la comercialización que floreció en circunstancias postsocialistas.

Creo que, en muchos casos, las viviendas colectivas yugoslavas consiguieron ser variadas al tiempo que compartían un amplio marco de referencia común. En última instancia, creo que la vivienda socialista de masas funciona como una base común, una experiencia urbana socialista definitiva. La variedad está presente en todo el espacio post-yugoslavo, pero estos edificios y sus habitantes comparten el problema de la propiedad atomizada y la necesidad de soluciones sostenibles para la renovación y un futuro seguro y sostenible.

SD: Su estudio se extiende a las reinterpretaciones mediáticas de la vivienda colectiva en la década de 2000. ¿Qué ideas ofrecen estas narrativas sobre la memoria colectiva y el significado contemporáneo de la vivienda colectiva en las sociedades post-yugoslavas?

LH: En la década de 2000 y posteriormente aparecieron una serie de narrativas matizadas, lúdicas y conscientes de los estereotipos sobre la vivienda colectiva. Por ejemplo, The Brightest Neighborhood in the Country (El barrio más brillante del país, Marko Škobalj, Ivan Ramljak, 2001), un breve falso documental que retrata un barrio de viviendas colectivas de Nueva Zagreb como el lugar de la excelencia intelectual, y muestra sutilmente algunas de las ventajas de las viviendas colectivas. Otro de mis favoritos es Kurrizi, de Orgesa Arifi, un documental que recoge recuerdos de los años 90 en Kurrizi, epicentro de la cultura juvenil y la vida nocturna de Prishitina.

A finales de la década de 2000, una oleada de interés por la historia local llegó a las urbanizaciones masivas. La gente se conectaba en grupos de Facebook y en Internet, donde intercambiaban fotos antiguas y recuerdos. Algunas de estas actividades se convirtieron en exposiciones, por ejemplo, «50 años de Trnsko», expuesta en el Museo de la Ciudad de Zagreb.

También hubo un notable interés por diversas intervenciones de renovación urbana, sobre todo en barrios de viviendas colectivas. El impulso procedía de una generación más joven de diseñadores, arquitectos, artistas y activistas. Por ejemplo, la ONG ProstoRož trabajó en Savsko Naselje, Liubliana, KANA/ko ako ne arhitekt2 en Podgorica, City Acupuncture en varias ciudades posyugoslavas, y Obojena klapa en Sarajevo llevó el arte callejero a gran escala al barrio de Ciglane. Aunque las iniciativas tienen diferentes matices y niveles de activismo, comparten la idea de mejorar el espacio público, la identidad local y la comunidad en los barrios de viviendas colectivas. Al mismo tiempo, estas iniciativas suelen basarse en proyectos y son precarias: dependen del entusiasmo de sus miembros y no pueden sustituir a los cambios estructurales que detendrían la acuciante mercantilización de la vivienda y los espacios vitales.

SD: Investigar la historia arquitectónica de Yugoslavia plantea un problema pragmático, con archivos dispersos por toda la región y organizados de forma diferente en los distintos estados. ¿Cómo abordó este reto?

LH: Creo que el «nacionalismo metodológico» es, en muchos casos, una cuestión de recursos, y uno debe poder permitirse comprometerse con las tendencias transnacionales y globales del mundo académico actual. Mi sólida financiación del doctorado por parte de la Fundación Alemana de Becas Académicas, junto con la generosa ayuda para viajes de estudio, aliviaron muchas de las preocupaciones financieras que tenía. Sin embargo, agradezco mucho la abundancia de excelentes microhistorias sobre urbanizaciones específicas en toda la antigua Yugoslavia.

Creo que lo que realmente importa aquí es ser consciente de los límites de tu enfoque, de lo que puede decirte y de lo que no. Por ejemplo, cuando intenté proceder en Podgorica o Sarajevo de forma similar a como lo hice en Liubliana o Zagreb, simplemente no funcionó. Esto podría llevar a la conclusión de que no hay «nada», lo que obviamente sería una ignorancia, ya que se puede ver claramente una presencia significativa de viviendas colectivas en la ciudad. Para mí, esto significaba que tenía que mirar más allá de mi plan inicial y considerar otros lugares donde podía encontrar historias importantes. En el caso de Sarajevo, me di cuenta de que la historia del asedio tenía que estar presente. Por eso trabajé con la amplia colección de fotografías de la época que se conserva en el Museo Histórico de Bosnia-Herzegovina.

Por último, creo que tenemos que ser muy abiertos sobre nuestros límites y lo que no sabemos. Incluí todas las capitales de las antiguas repúblicas yugoslavas a excepción de Skopje. Planeé una excursión, pero entonces llegó COVID. Me encantaría incluir también las capitales de las provincias autónomas, pero no creo que sea responsable escribir sobre el caso de Pristina sin hablar albanés. Así que en el caso de Skopje y Prishtina, las mencioné brevemente y me basé en bibliografía secundaria. Creo que hay mucho más que aprender sobre estos contextos de otra persona, y me entusiasma el trabajo de futuros investigadores.

SD: Algunas partes de su investigación doctoral han sido publicadas antes de este amplio libro, como el artículo «Housing Yugoslav Self-Management: Blok 5 in Titograd». ¿Qué atrajo inicialmente su interés hacia el estudio del Blok 5, ahora en Podgorica? ¿Por qué cree que es un ejemplo importante de autogestión en la vivienda colectiva yugoslava?

LH: Podgorica fue otro caso de ajuste de mi metodología tras chocar contra un muro. Me puse en contacto con KANA/ko ako ne arhitekt, ya que había leído su estudio sobre la participación pública del Blok 5 de Podgorica, y hablé con la arquitecta Mileta Bojović. Blok 5 cumple todos los requisitos de un proyecto excepcional de viviendas colectivas, pero era básicamente desconocido fuera de Montenegro. Bojović comenzó su doctorado en Francia con Lefebvre, pero regresó a Montenegro para participar en la construcción del Blok 5. Este caso demuestra cómo una posición descentrada puede ofrecer más de lo que cabría esperar; en este caso, el proyecto transcurrió sin demasiados contratiempos. En mi opinión, la pieza central de la autogestión en este caso es la reducción de los muros de carga al mínimo para dar cabida a una variedad de disposiciones. Tal y como estaba previsto en un principio, los futuros habitantes deberían haber tenido la posibilidad de discutir con un arquitecto la distribución que preferían. Al final, la conexión entre el arquitecto y el habitante no contó con el apoyo logístico y administrativo necesario, pero algunos habitantes encontraron la forma de obtener asesoramiento. La construcción es bastante atrevida, con muchos elementos salientes en la fachada, y en cierto modo evoca el dramático paisaje montañoso de Montenegro, como afirma el propio arquitecto. Creo que el ejemplo muestra una comprensión convincente de la autogestión, no como una forma de que el arquitecto «se marchite», sino como una oferta de un marco para el intercambio respetuoso.

SD: En la conclusión de su artículo sobre el Blok 5, menciona el potencial del legado de la autogestión yugoslava para ofrecer «incitaciones significativas a la autoorganización». ¿Podría explicarnos en qué se traduce esto en la práctica, especialmente en el contexto de la planificación urbana y la participación comunitaria en la actualidad?

LH: Para mí, aprender sobre el pasado te da una nueva energía y una sensación de desafío a la hora de enfrentarte a las luchas actuales. Te muestra que algunas cosas que podrías considerar imposibles se han logrado antes, a veces en circunstancias económica y técnicamente mucho más difíciles que las actuales. Creo que el ejemplo de KANA/ko ako ne arhitekt y su activismo contra la destrucción del espacio público y el bien público más allá de Podgorica muestra el camino a seguir. Mi modesta contribución consiste en hacer comprender a la gente que esta arquitectura es importante. Los jóvenes diseñadores, arquitectos y profesionales similares podrían proporcionar a la gente las herramientas para un compromiso significativo. Por supuesto, hay un límite a lo que se puede conseguir sin cambiar el sistema político, y puede que sólo sea un parche temporal, pero tener un parche es a menudo mejor que nada, y no entra en conflicto con presionar por un mejor sistema de vivienda colectiva y de asistencia sanitaria.

SD: Su trabajo va más allá de la investigación en historia cultural y arquitectónica. Ha sido miembro y autora del portal feminista croata Muf; hace un par de años publicó un libro de ensayos titulado «Impractical Advice for Home and Garden: Feminist Readings of Women’s Everyday Life», y ahora coeditas la plataforma «Women* Write the Balkans». ¿Cómo se relaciona este trabajo con tus intereses de investigación más amplios y con tu enfoque teórico? ¿En qué trabajará próximamente?

LH: Escribir para Muf y su sucesor Krilo fue complementario a mi doctorado; me permitió explorar mi relación de amor-odio con la domesticidad en la cultura popular y en mi vida personal. A menudo siento que los formatos académicos y la escritura me limitan, y trato de expresar también mi lado juguetón y tonto. Cada vez intento más combinar estos dos modos; Women* Write the Balkans, que fundé con Ana Sekulić, es un intento de explorar la conexión entre la experiencia y la pericia en piezas imaginativas de escritura. Mi actual proyecto de investigación se centra en el café, el género y el trabajo en la parte eslava meridional del Imperio de los Habsburgo. Tras centrarme en el concepto de hogar durante un buen número de años, ansiaba aprender más sobre las mujeres en la esfera pública. También me entusiasma ahondar en las luchas de los trabajadores presocialistas. (...)"

(Entrevista a Lea Horvat, en Salvador López Arnal, blog, 08/04/24, traducción DEEPL, fuente Lefteast, enlaces y notas en el original)

9/4/24

El fascismo fue un movimiento político con orígenes europeos, y fue en este continente donde cometió sus peores crímenes. Fue también un movimiento imperialista... Hitler, por ejemplo, admiraba la conquista del Oeste americano y la práctica eliminación de los nativos. También tenía en mente como modelo administrativo para su imperio futuro el de los británicos en la India, esto es: una pequeña élite extractora controlando las vidas de millones de personas... Los fascistas y pronazis de los años veinte y treinta tuvieron que reinventarse después de 1945. Como Francisco Franco entendió muy bien, la nueva capa de respetabilidad sería ahora el anticomunismo, pero también la protección de la religión y la identidad nacional supuestamente amenazadas... Que no nos extrañe lo que hagan hoy sus herederos políticos... Israel no es ni mucho menos el único país antes colonizado que ahora está gobernado por un partido creado por antiguos fascistas...

 "En 1928, Abba Ahimeir, un periodista del periódico Doar Hayom, editado en Palestina por el movimiento sionista revisionista, publicó un artículo llamado Sobre la llegada de nuestro Duce. Se refería a la visita inminente de Zeev Jabotinsky, líder indiscutible del sionismo de derechas. El artículo apareció en su columna habitual en ese rotativo titulada Del cuaderno de un fascista. Cuatro años después, este mismo periodista fue arrestado por interrumpir una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. En el juicio que siguió, su abogado defensor, en respuesta al discurso del fiscal comparando la acción de su representado con los disturbios causados por los nazis en Alemania, dijo: “Los comentarios sobre los nazis van demasiado lejos. Si no fuese por el antisemitismo de Hitler, no nos opondríamos a su ideología. Hitler salvó a Alemania”. Hay muchos más ejemplos de la admiración por el fascismo —empezando por el propio Jabotinsky, un declarado entusiasta de Benito Mussolini— entre la derecha sionista de antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta fascinante historia la cuenta (en inglés) el excelente libro del israelí Tom Segev El séptimo millón: los israelíes y el Holocausto.

Hoy tendemos a mirar al fascismo como un fenómeno de, sobre todo, Europa, felizmente derrotado por las armas en 1945. Es una lectura tan optimista como eurocéntrica y autocompasiva. El fascismo fue un movimiento político con orígenes europeos, y fue en este continente donde cometió sus peores crímenes. Fue también un movimiento imperialista. Como lo veían los fascistas, lo que ellos hiciesen en África, los Balcanes o en el Este de Europa no era sino una versión tardía, pero igualmente justificable, de lo que otros europeos habían hecho antes en todo el mundo. Hitler, por ejemplo, admiraba la conquista del Oeste americano y la práctica eliminación de los nativos. También tenía en mente como modelo administrativo para su imperio futuro el de los británicos en la India, esto es: una pequeña élite extractora controlando las vidas de millones de personas. En vez de indios, eso sí, sus vasallos e inferiores raciales serían los eslavos. Esto se sabe bastante bien, lo que ya no se tiene siempre tan presente es que dentro de los imperios europeos hubo movimientos independentistas de corte fascista, y que sus herederos políticos gobiernan hoy, como lo hacen los de Mussolini en Italia —y quizás pronto los de Philippe Pétain en Francia—, naciones ya libres.

Volviendo a Palestina, la relación entre el sionismo y el Imperio británico fue muy complicada. Ya desde la Primera Guerra Mundial el sector mayoritario de aquel, de corte más o menos socialista, se alineó con este. El sector derechista, también llamado revisionista, tuvo en cambio una actitud muy beligerante. Quería manos libres para colonizar el territorio, desalojar a los árabes y quitarse de encima el control de Londres. Este antiimperialismo fascista adoptó el terrorismo como estrategia política. Mientras que la milicia armada oficial del sionismo, la Haganá, colaboró con los británicos en reprimir la gran revuelta árabe-palestina de 1936-1939 y en la Segunda Guerra Mundial, las mucho más pequeñas milicias fascistas como el Irgún, fundada por Jabotinsky, y Lehi se enfrentarían a ellos. Dos líderes revisionistas y futuros primeros ministros de Israel, Menachem Beguín e Isaac Shamir, estuvieron en busca y captura por sus acciones armadas. No era para menos. En 1946, el Irgún voló el hotel King David de Jerusalén, sede de la Administración colonial británica, matando a 91 personas. En 1947 su cruel ahorcamiento de dos sargentos previamente secuestrados provocó la histeria entre la opinión pública británica y el último pogromo antisemita en ese país, en Mánchester. Un año después el Irgún masacraría a unos cien civiles árabes en el poblado de Deir Yassim.

Por su parte, Shamir, dirigente de Lehi, incluso durante la Guerra Mundial buscó una alianza con Alemania e Italia. Entre sus hazañas se incluyen el asesinato en El Cairo del ministro residente británico, Lord Moyne, en 1944; la coparticipación en la matanza de Deir Yassim; y la muerte en 1948 de Folke Bernadotte, mediador para Palestina de las Naciones Unidas. Del movimiento revisionista unificado surgiría el partido Likud, que ganó las elecciones generales de 1977 que permitirían a Beguín primero y luego a Shamir gobernar Israel. Este es el partido de Benjamín Netanyahu. Además de la supervivencia política personal, su acción de gobierno ha tenido dos objetivos básicos: asentar a más colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén, y evitar el nacimiento de un Estado palestino.

Israel no es ni mucho menos el único país antes colonizado que ahora está gobernado por un partido creado por antiguos fascistas. En Occidente tenemos la visión de la lucha pacífica de Mohandas Gandhi y Pandit Nehru como la de la historia de la liberación de la India, pero en esta narrativa placentera olvida el papel de los ultraderechistas antimperiales como Subhash Chandra Bosse, un antiguo líder del Congreso Nacional Indio. Antiguo procomunista convertido luego al fascismo, Bosse vivió la Segunda Guerra Mundial entre Roma, Berlín (por donde estuvo también el palestino, rabioso antisemita y reclutador de musulmanes para las SS, Gran Muftí de Jerusalén, Amín al-Husayni; instigador, entre otras, de la matanza de judíos de Hebrón en 1929) y Tokio. En 1943, usando a prisioneros de guerra indios, Bosse creó en Birmania un ejército de liberación para invadir el subcontinente junto a los japoneses. Fracasó, pero desde su muerte en 1945 es considerado por muchos indios como el principal patriota de la lucha por la independencia de su país.

También se ignora a menudo que los orígenes del partido gobernarte hoy en la India, el Bharatiya Janata, y su primer ministro, Narendra Modi, están en la milicia ultraderechista y antimusulmana RSS (Organización Nacional Voluntaria), creada en 1925 y que desde el principio imitó las fórmulas y los rituales fascistas. Fue uno de sus militantes quien en 1948 asesinó al “traidor” Gandhi. En 2002, cuando Modi era ministro principal de Gujarat, permitió, y fue acusado de fomentar, los disturbios interétnicos que causaron la muerte a entre mil y dos mil personas, en su mayoría musulmanas. Este hecho propulsó su figura a nivel nacional entre los sectores más duros partidarios de la Hindutva, la ideología del supremacismo hindú.

Los fascistas y pronazis de los años veinte y treinta tuvieron que reinventarse después de 1945. Como Francisco Franco entendió muy bien, la nueva capa de respetabilidad sería ahora el anticomunismo, pero también la protección de la religión y la identidad nacional supuestamente amenazadas. En Europa, el continente americano y Sudáfrica esto se tradujo en un discurso de defensa de la civilización cristiana occidental (un invento de la propaganda de Joseph Goebbels cuando los nazis veían la guerra perdida); en Israel, en la preservación de un Estado judío étnicamente excluyente; y, en el caso de la recién descolonizada India, del hinduismo frente a la amenaza del islam. Los antiguos fascistas lucharon por la independencia de sus países, pero no por la de todos los países; abogaban por la libertad de sus pueblos, pero no tenían reparos en imponer su tiranía a otros; no creían en la paz, sino en la victoria; eran ultranacionalistas, no humanistas, y aborrecían la democracia. Que no nos extrañe lo que hagan hoy sus herederos políticos."                    ( Antonio Cazorla ,  , El País, 05/04/24)

7/4/24

El capitalismo algorítmico... surgió tras dos décadas de acumulación de «capital algorítmico»... es decir, la captación de una «plusvalía» del trabajo, transformada en datos digitales; y en segundo lugar, la predicción, gracias a estos datos, del comportamiento de los usuarios. El «excedente conductual»... ¿Cómo ha podido nacer semejante distopía, que se estaba construyendo a la vista de todos desde hacía veinte años? Pudo surgir porque fue deseada. Y ante todo por los gobiernos... Lejos de controlar a las Gafam estadounidenses o a las BATX chinas, los gobiernos han preferido aliarse con ellas para desarrollar una nueva «gubernamentalidad algorítmica» incompatible con el ejercicio de la democracia... Los algoritmos se han introducido en casi todos los ámbitos del poder público: la policía, pero también la justicia –en Estados Unidos, los algoritmos recomiendan veredictos y los jueces determinan las penas adecuadas–, las prisiones –Taiwán está experimentando con «cárceles sin guardias»– e incluso la asignación de programas sociales según criterios opacos... una gran parte de la población mundial parece aceptar este estado de cosas

 "En su libro Minority Report, adaptado al cine por Steven Spielberg en 2002, el novelista estadounidense Philippe K. Dick imaginaba una sociedad distópica en la que los asesinos potenciales eran detenidos y juzgados antes incluso de cometer un asesinato. El secreto de esta justicia predictiva: mutantes con precognición.

A falta de tales mutantes, cada vez más fuerzas policiales de todo el mundo recurren a algoritmos que analizan conjuntos masivos de datos para identificar «cajas rojas», zonas en las que es probable que se produzcan delitos, que la policía puede evitar interviniendo con antelación. En la actualidad se detiene a jóvenes, en su mayoría mestizos y de clase trabajadora, por delitos que podrían cometer. La distopía se ha hecho realidad.

Para los economistas canadienses Jonathan Durand Folco y Jonathan Martineau, este fenómeno es sintomático del advenimiento de una «sociedad algorítmica», cuyo nacimiento y características analizan en su libro Le capital algorithmique.

El nuevo Eldorado del capitalismo

Esta sociedad surgió tras dos décadas de acumulación de «capital algorítmico». Mientras que muchos ensayos consideran las tecnologías algorítmicas como la inteligencia artificial (IA), las redes sociales, el reconocimiento facial, etc. independientemente del contexto en el que se produjeron, los dos autores nunca las disocian del sistema económico que les dio origen: el capitalismo, del que ahora son su núcleo.

Estas tecnologías se basan en un nuevo tipo de materia prima: los datos. El nuevo Eldorado del capitalismo, los datos, son a la vez un material que se puede extraer –mediante el análisis cuantitativo del comportamiento humano– y una mercancía que se puede vender. El capitalismo algorítmico se apoya en dos pilares. En primer lugar, la extracción masiva de lo que la socióloga estadounidense Shoshana Zuboff denominó, en su libro L’Âge du capitalisme de surveillance (Zulma, 2018), el «excedente conductual», es decir, la captación de una «plusvalía» del trabajo, transformada en datos digitales; y en segundo lugar, la predicción, gracias a estos datos, del comportamiento de los usuarios.

Los primeros capitalistas algorítmicos –Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, los famosos «Gafams»– se convirtieron en adalides de esta nueva era del capitalismo tras la crisis económica de 2007-2008. Los autores del libro fechan en ese periodo la transición del neoliberalismo al capitalismo algorítmico. La década que siguió a la crisis financiera vio el ascenso al poder de los Gafam, que hoy son algunas de las empresas más cotizadas en bolsa, gracias a un sinfín de inventos (teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles, un número cada vez mayor de sensores, etc.). Al mismo tiempo, los agentes económicos tradicionales han integrado los algoritmos en sus propios procesos de trabajo. La pandemia de Covid-19 y los sucesivos confinamientos habrán actuado como aceleradores –como un «gran salto digital»– de una tendencia global fundamental.

Sin embargo, los capitalistas algorítmicos no han construido su imperio únicamente sobre la eficacia de sus tecnologías. Al mismo tiempo que han aumentado la productividad, el trabajo se ha degradado y devaluado en todos los sectores. Trabajo asalariado disfrazado (Uber, Deliveroo, etc.), microtrabajo («granjas de clics», Mechanical Turk de Amazon, etc.), subcontratación a países del Sur global (formación de ChatGPT por trabajadores kenianos mal pagados por OpenAI) o incluso explotación del trabajo gratuito de los usuarios (las valoraciones dadas a tal o cual establecimiento en Google, Yelp, Airbnb, etc.): a las plataformas no les falta imaginación a la hora de fragmentar y coartar a los trabajadores que dan forma a sus algoritmos… y aumentar sus beneficios en consecuencia.

Una distopía deseada

¿Cómo ha podido nacer semejante distopía, que se estaba construyendo a la vista de todos desde hacía veinte años? Esta es una de las tesis más sólidas de las 22 de Jonathan Durand Folco y Jonathan Martineau: la sociedad algorítmica pudo surgir porque fue deseada. Y ante todo por los gobiernos. Lejos de controlar a las Gafam estadounidenses o a las BATX chinas (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi), los gobiernos han preferido aliarse con ellas para desarrollar una nueva «gubernamentalidad algorítmica» incompatible con el ejercicio de la democracia.

Utilizando el poder de los algoritmos para determinar y dirigir los impulsos dentro de sociedades complejas, los Estados contemporáneos están convirtiendo «la información en un instrumento de política que anima a los distintos actores a actuar de determinadas maneras en lugar de otras». Los algoritmos se han introducido en casi todos los ámbitos del poder público: la policía, pero también la justicia –en Estados Unidos, los algoritmos recomiendan veredictos y los jueces determinan las penas adecuadas–, las prisiones –Taiwán está experimentando con «cárceles sin guardias»– e incluso la asignación de programas sociales según criterios opacos, incluso a los ojos de los funcionarios públicos.

A pesar de lo aterrador de este capitalismo de la vigilancia promovido tanto por gobiernos como por multinacionales, hay que decir que una gran parte de la población mundial parece aceptar este estado de cosas. Las últimas tesis de Algorithmic Capital examinan las razones de esta ambigua aceptación social. Si tanta gente equipa su casa inteligente con un frigorífico conectado que pide leche directamente cuando se le acaba, una cama inteligente que analiza la calidad del sueño y otros artilugios tecnológicos, es porque lo ven como una forma de aliviarse de parte del trabajo doméstico… todo ello sabiendo perfectamente que están abriendo la ventana de su intimidad doméstica a estas empresas.

La explotación de la intimidad puede ir aún más lejos. Además de la plétora de juguetes sexuales y muñecas hinchables inteligentes, la industria produce ahora «errobots», generalmente chatbots, como Replika, con los que los usuarios necesitados de interacción humana pueden entablar amistad o incluso formar parejas virtuales. Se completa así el círculo: frente al vacío humano que crea, el capitalismo ofrece soluciones tecnológicas… que sólo sirven para aislar aún más a los desamparados. Surge una nueva forma de subjetividad; en la era de las redes llamadas «sociales», emerge un «yo conectado», apogeo del narcisismo social, que muestra su vida privada en público y obtiene placer de ello.

«Tecnosobrios»

A pesar de todo, parece surgir un rayo de esperanza en el sombrío panorama del mundo pintado por los dos Jonathan. En su opinión, los algoritmos no son esencialmente malos, porque todo depende de cómo se utilicen. En un enfoque que pretenden «tecnosobrio» y no «tecnofóbico», estos canadienses imaginan algoritmos arrebatados al capitalismo y puestos al servicio de la democracia, con vistas a su mejor ejercicio, en el que se automatizarían los procesos complejos más laboriosos, para reducir el tiempo de trabajo y aumentar el tiempo de ocio de sus miembros.

Teniendo en cuenta el catastrófico coste medioambiental del sector digital, que los economistas están analizando en detalle, una propuesta así está aún por demostrar a largo plazo y, sobre todo, plantea dudas sobre su pertinencia: ¿realmente necesitamos automatizar algo? ¿Debemos esperar a que los algoritmos aprendan a compartir nuestro trabajo y sus frutos de forma justa?"                  (El Viejo Topo, 07/04/24, fuente Reporterre.)

Solo 57 empresas son responsables del 80% de las emisiones de CO2 tras el Acuerdo de París

 "Una nueva investigación del centro británico InfluenceMap rastrea la huella de carbono de 122 empresas productoras de combustibles fósiles y cementeras. Entre ellas se encuentra la petrolera española Repsol.

Pocas empresas para una gran cantidad de emisiones. Así se podría resumir una nueva investigación que afirma que tan solo 57 corporaciones y entidades estatales a nivel global son las responsables de haber emitido el 80% de las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) en los siete años posteriores a la firma del Acuerdo de París, desde 2016 hasta 2022.

El estudio, liderado por el centro de investigación británico InfluenceMap, rastrea la huella de carbono de 122 empresas productoras de combustibles fósiles y cementeras, tanto públicas como privadas, vinculadas al 72% de todas las emisiones de CO2 de combustibles fósiles y cemento desde el inicio de la revolución industrial. Y concluye que, por un lado, los productores nacionales representan el 38% de las emisiones de CO₂ desde 2016, mientras que las entidades estatales suponen el 37%, y las empresas propiedad de inversores, es decir, las privadas, están vinculadas al 25%.

Entre las primeras de este último grupo encontramos, como suele ser, a ChevronExxonMobilBPShell ConocoPhillips, todas ellas responsables del 11,1% de las emisiones históricas de dióxido de carbono procedentes de combustibles fósiles y cemento o, lo que es lo mismo, 196 toneladas de CO₂. Entre las estatales, están Saudi Aramco, Gazprom, la National Iranian Oil Company, Coal India y Pemex, que son responsables del 10,9% de las emisiones históricas de este gas de efecto invernadero.

«La investigación de Carbon Majors nos muestra exactamente quiénes son los responsables del calor letal, el clima extremo y la contaminación atmosférica que amenazan vidas y causan estragos en nuestros océanos y bosques», asegura Tzeporah Berman, directora de Programas Internacionales de la organización ambiental Stand.earth y presidenta del Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles (TNPCF).

«Estas empresas han obtenido miles de millones de dólares de beneficios mientras negaban el problema y retrasaban y obstruían la política climática. Gastan millones en campañas publicitarias sobre su participación en una solución sostenible, mientras siguen invirtiendo en la extracción de combustibles fósiles».

Repsol aparece en la lista

Las emisiones de los últimos años se vinculan a más empresas. Más allá de las 57 más contaminantes, un total de 117 productoras son responsables del 88% de las emisiones mundiales de CO procedentes de combustibles fósiles y cemento desde 2016 hasta 2022.

Entre ellas se encuentran BP, Shell, RWE y Total Energies, así como la petrolera española Repsol, que ocupa el puesto número 50 en el listado del total de empresas analizadas. Carbon Majors, la base de datos usada para el análisis, le atribuye unas emisiones acumuladas de 4.584 millones de toneladas de CO₂ equivalente desde 1964, es decir, un 0,23% del total de las emisiones mundiales.

«Repsol apoya la acción por el clima en sus comunicaciones de primera línea. Sin embargo, la petrolera parece ser predominantemente negativa en su compromiso con la política climática, incluida la oposición a la legislación sobre emisiones de GEI y la defensa del papel a largo plazo del gas fósil en el mix energético», apunta también Carbon Majors.

Como recordatorio, en 2022, Repsol estuvo en cabeza con casi 12,5 millones de toneladas de dióxido de carbono emitidas en España a la vez que lograba los mayores beneficios de su historia: 4.251 millones de euros netos. Ahora, la compañía que dirige Josu Jon Imaz se ha visto envuelta en una demanda liderada por Iberdrola por greenwashing.

La única compañía española que aparece en la lista de este análisis no es la única acusada de la lavado verde. O de conocer el impacto climático de sus acciones y ocultarlo durante décadas. Pero, además, la investigación de InfluenceMap también afirma que la mayoría de las empresas de combustibles fósiles hicieron caso omiso al Acuerdo de París: produjeron más combustibles fósiles en los siete años posteriores a la adopción del tratado que en los siete años anteriores. En concreto, el 65% de las empresas estatales y el 55% de las empresas propiedad de inversores muestran una mayor producción ahora que anteriormente, sobre todo en el continente asiático."                (Aida Cuenca, Rebelión, 06/04/2024, fuente Climatica)

5/4/24

El honor de la República siempre estribó en haber combatido hasta la extenuación los avances del fascismo en Europa. ¿Por qué cree que España sí opuso resistencia a lo que después sería la dictadura más larga del continente? Porque los españoles de la época eran así, porque no bajaron las armas. Incluso cuando muchos de ellos sabían que sin ayuda extranjera perderían, como dijo Manuel Azaña en septiembre de 1936, decidieron luchar. Nuestros antepasados eran así (Ángel Viñas)

 "No hace falta más que una pajarita en la portada para presentar La forja de un historiador (Crítica, 2024), el último libro de Ángel Viñas (Madrid, 1941). En él, el investigador repasa su periplo personal y profesional desde los inicios. Cuenta que ayudó a dar misa a un tío un par de veranos, asistió al recital de Raimon en la Ciudad Universitaria de Madrid en 1968, Serrano Suñer le rogó que no lo atacara durante una emisión del programa La Clave y sintió una emoción inusitada al poder analizar los documentos de Negrín.

Conocido por alumbrar nuevas tesis que desacreditan los mitos inculcados por el franquismo sobre la izquierda, Viñas no se olvida de su misión como alto diplomático español, su paso por el FMI y todas las vicisitudes que pasó tras iniciar sus investigaciones en torno a la República, la Guerra Civil y la dictadura.

Hemos podido charlar con el historiador sobre la desclasificación de documentos, el revisionismo histórico e incluso el oro de Moscú. También abordamos cuestiones personales como su militancia política o el orgullo por la historia de nuestro país.

Publica este libro a los 83 años, una especie de memorias. Ha trabajado como economista, alto funcionario, diplomático e historiador. ¿De qué se siente más orgulloso al echar la vista atrás?

Fui alto funcionario internacional durante veinte años de mi vida en los que hice muchas cosas de las que me siento, creo que legítimamente, orgulloso. Otras dos décadas las pasé como historiador, de las que también me siento orgulloso. ¿De qué me enorgullezco más? Pues de las dos cosas, no puedo decantarme por una u otra.

Aquel chaval madrileño de clase media baja que comenzó husmeando en archivos en 1971 ha terminado siendo uno de los historiadores más respetados y laureados de España. En su publicación dice que “la España de hoy no ha llegado a reconciliarse del todo con su pasado”. ¿Qué hace falta para que eso llegue a ocurrir?

En España hacen falta dos cosas. Primero, abrir los archivos. No se pueden desmontar los mitos del pasado sin tener acceso a los archivos ni a los repositorios donde se guardan las huellas del pasado. Yo me he cansado de decírselo a quien corresponde y no me han hecho caso; es como predicar en el desierto. En algún momento, se desclasificará todo.

En segundo lugar, hace falta renovar la enseñanza, desde Primaria hasta la universitaria, para incluir todas las concepciones sobre la historia de España que hemos revisado los historiadores. Para mí es inconcebible que en un país avanzado como este todavía tengan cabida interpretaciones falsas o distorsionadas. Sin ir más lejos, debería ser evidente que el general Franco fue un asesino, un mangante y un traidor, porque los papeles lo han demostrado.

¿Dónde ubica el inicio de esta eclosión de falsedades y distorsión de la realidad?

Desde la llegada al poder de Donald Trump ha habido una difusión atroz de mentiras y barbaridades sobre el pasado de nuestras sociedades. En España, durante muchos años la derecha ha estado callada, porque la derecha tiene mucho que callar, al igual que la izquierda, pero aquí la dictadura tuvo cuarenta años para decir lo que quiso de los presuntos desmanes de la izquierda, y eso se lo cree mucha gente todavía hoy. Es decir, los españoles de hoy en día siguen creyendo mentiras sobre la izquierda difundidas durante el franquismo.

Comenta que, a finales de la década de los sesenta, descartó la opción comunista y también la democracia cristiana. Por aquel entonces, leía Cuadernos para el diálogo y Triunfo. ¿Alguna vez ha militado en alguna organización política?

Cuando volví a España a mediados de los sesenta, algunos compañeros de universidad me dijeron que me fuera con ellos al Partido Comunista de España (PCE). Les dije que no. Yo conocía la República Democrática Alemana, y aunque la Stasi no me siguió y me pude mover con libertad las numerosas veces que la visité, les dije que no me sentía atraído por el PC.

No milité en ningún partido hasta el 14 de abril de 1983, cuando fui a trabajar al Ministerio de Asuntos Exteriores como asesor del entonces ministro Fernando Morán. Pensé que tenía que descubrir mis cartas si le iba a aconsejar en un momento crucial, porque estaba pendiente el tema de la OTAN. Nunca me dijeron qué tenía que escribir o pensar.

En el terreno de la investigación histórica, repite como un mantra lo que llama evidencia primaria relevante de época (EPRE) como uno de los principales puntales en todas sus indagaciones. Resulta llamativo que recalque algo que debería ser común en todos los analistas del pasado.

[Ríe]. Pues no, no es tan común. Los temas sobre los que yo he trabajado requieren visitar muchos archivos en diferentes idiomas y en diversos países. Yo he trabajado en más de 40 archivos de ocho países en cinco idiomas distintos, y todo me lo he pagado en gran medida con mis propios fondos.

Comprendo que no es algo al alcance de todo el mundo, pero en lugar de comprarme una casa en la playa, he invertido esos fondos en hacer lo que me gusta. Ya está, es así de simple. Solo he tenido ayudas oficiales en dos ocasiones, y así las he reconocido abiertamente.

En un momento dado, afirma que el honor de la República siempre estribó en haber combatido hasta la extenuación los avances del fascismo en Europa. ¿Por qué cree que España sí opuso resistencia a lo que después sería la dictadura más larga del continente?

Porque los españoles de la época eran así, porque no bajaron las armas. Incluso cuando muchos de ellos sabían que sin ayuda extranjera perderían, como dijo Manuel Azaña en septiembre de 1936, decidieron luchar. Nuestros antepasados eran así.

En España se ha derramado mucha sangre en busca de la democratización de la política

¿Eso le hace sentir orgulloso?

No es una cosa de la que sentirse orgulloso como tal. En España se ha derramado mucha sangre en busca de la democratización de la política y la mejora de las condiciones sociales en las que vivía la mayor parte de la gente. Ha sucedido lo mismo en otros países, pero aquí tuvimos menos suerte.

¿Qué ha cambiado en su terreno desde que empezó a estudiar la historia de España?

En 1975, la historia de España la escribían historiadores extranjeros o desde el extranjero. Nada que objetar ante eso, nosotros todavía vivíamos con una censura casi de guerra. ¿Cómo diablos íbamos a poder escribir nuestra propia historia? Ahora, la mejor historia, bien o mal, se hace desde España, que es lo normal.

La Transición, que hoy se critica mucho, y yo también critico en cierta medida, nos dejó sobre todo ciertos puntos como la libertad de expresión o cátedra que se encontraban a años luz de lo vivido durante el franquismo. Hemos importado nuevas formas de ver el pasado y las hemos aplicado a nuestra propia historia. Por eso hemos podido hacer cosas que hasta entonces no eran posibles.

 

Aprovecha la monografía para retomar algunos de sus grandes hitos como historiador. Uno de ellos es la investigación sobre el “robo” del oro de España que, supuestamente, llegó a Moscú durante la Guerra Civil. Asegura que alguien del Ministerio de Exteriores franquista se llevó toda la documentación que pudo al respecto, y que sospecha de tres o cuatro personas. ¿Quiénes son?

No quiero decir los nombres porque son solo sospechas, yo no tengo la documentación para acreditarlo. Son un círculo muy reducido. Alguno de ellos robaría los papeles, no sé por qué, quizá para salvar la patria o el honor de la dictadura, o impedir que otros investigadores avanzaran en descubrir la verdad, o incluso que yo mismo avanzara.

Llegué a denunciar a uno con nombre y apellidos, el ministro de Hacienda del Plan de Estabilización y luego gobernador del Banco de España, Mariano Navarro Rubio. Conseguí que un subsecretario del mismo Ministerio le escribiera preguntándole por la cuestión. Jamás he recibido respuesta de este señor y yo no sé si él robó esa documentación, eso lo tendrá que decir otro historiador.

Lo que sí puedo decir es que, si conocimiento es poder, conocer lo que pasó indudablemente es una cosa que debió atraer la atención de algunos altos funcionarios, incluso ministros, que sabían bien del tema.

Que los rusos robaron las reservas del oro del Banco de España durante la guerra es algo que sigue pensando mucha gente.

Eso es tan falso que hasta el propio régimen lo sabía desde 1956, pero se callaron. Además, nadie habla del oro de Francia, porque el 25% de las reservas españolas fueron a parar al país vecino. Es cierto que todavía hay algún descerebrado hablando del oro de Moscú. ¿Qué puede hacer un historiador? Escribir las cosas como fueron, pero si eso el sistema educativo no lo recoge, ahí te salen los tíos de Vox que reclaman todavía el mayor expolio de la historia de la Humanidad o como lo llamen ellos. Yo tampoco puedo influir sobre Vox. Son unos sinvergüenzas históricamente hablando y nada más.

Como sabe, la Ley de Secretos Oficiales franquista de 1968 sigue vigente en España. ¿Qué intereses puede haber en ello?

No tengo ni idea de qué intereses se esconden detrás de eso, y he reflexionado sobre la cuestión. Cuando estuve en el Ministerio de Asuntos Exteriores, conseguí que se abrieran los archivos a la investigación con un plazo de cadencia de 25 años. De golpe y porrazo podíamos ver los documentos hasta 1958. Se han publicado libros y tesis doctorales en base a esa documentación y no ha pasado absolutamente nada. No sé por qué ahora no se podría hacer lo mismo.

¿Usted abriría los archivos sin excepción?

Es curioso, porque en España los archivos están muy mal dotados de personal, y eso que son la memoria de un pueblo, de una nación, de un país. Aquí hay trabas a la hora de investigar que no te encuentras en otros países. La historia no mata, quien mata son los hombres y, a veces, abducidos en base a una mala historia.

Aquí hay trabas a la hora de investigar que no te encuentras en otros países

Si yo formara parte del Gobierno, abriría los archivos hasta el 75 sin problemas, quitando dos o tres temas que lo dejaría a un examen algo más pormenorizado por parte de la Administración. No hay que temer el pasado franquista.

¿Qué temas dejaría todavía sin desclasificar?

Esto prefiero no decirlo. Quien conoce los archivos más o menos los podrá identificar fácilmente, pero no me siento autorizado para decirlo.

¿Y desclasificar los archivos hasta 1981?

Sí, se podría hacer una excepción por el golpe de Estado, porque es un tema acotado. ¿Qué se podría descubrir? Que el rey entonces estuviera más o menos implicado… ¡Pero si Juan Carlos está completamente desacreditado ya ante la opinión pública!

¿Qué opinión le merece el revisionismo histórico que se está estableciendo en algunos sectores de la sociedad?

Para empezar, hay un revisionismo de periodistas de medio pelo, y luego hay un revisionismo profesional de los historiadores. Qué quieres que te diga… Yo he escrito libros que todavía nadie ha podido echar por tierra. El revisionismo forma parte de la profesión, pero ahora nos adentramos en un revisionismo que solo se ocupa de desmontar a los gobiernos republicanos de izquierdas. En ese sentido, tan solo es la prolongación del combate ideológico que atraviesa España desde los últimos 40 años. Es parte del combate que libra la derecha contra la izquierda, solo que con otras armas.

Terminemos con algo más personal. ¿Qué ha sentido a lo largo de todas estas décadas dedicadas a desentrañar los entresijos del pasado oscuro más reciente de España? ¿Está trabajando en alguna nueva investigación?

Me he sentido, a veces, muy cansado y dubitativo, pero no pierdo las ganas. Yo suelo escribir dos libros a la vez, y ahora estoy enfrascado junto con un amigo en uno sobre un tema muy importante. Tratamos de documentar adecuadamente una interpretación que se hace de las incipientes victorias de Franco a lo largo de la segunda mitad de 1936. Es algo que nadie ha dicho hasta ahora, y que puede cambiar radicalmente lo que se sabía hasta el momento.

Hace unos días, me llegaron 1.500 papeles todavía sin examinar desde el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares. Vivo en Bruselas y a nadie se le ha ocurrido examinarlos, pero a mí sí. A partir de aquí, solo queda aplicar el método inductivo primero y la crítica después. Si te basas en el método deductivo, en lo que otros han escrito o tus propias ideas preconcebidas, no haces una historia documentable. Además, la crítica es necesaria porque no todo lo que aparece en los papeles responde a la realidad. Hay mentiras que se filtran y afirmaciones que esconden intereses detrás."             (Ángel Viñas, CTXT, 01/05/24)

30/3/24

El 73% de los estadounidenses responden que el «sueño americano» es mentira

 "Si hay un tópico que se ha cultivado en la imaginario mundial, desde el mensaje de Hollywood al discurso religioso o el empresarial, es que América (aquí ya está la primera mentira confundiendo América con Estados Unidos) era la tierra de las oportunidades; y de ahí la expresión del «sueño americano». Ese sueño que llevaba a miles de personas a trabajar duro con la idea de que terminarían teniendo el coche y la vivienda adosada de los protagonistas de las series de televisión sobre la supuesta clase media.

Pero parece que lo del sueño americano cada vez se lo creen menos los que mejor pueden comprobar si es verdad o mentira, es decir, los estadounidenses. Una nueva encuesta de ABC News/Ipsos revela que poco más de una cuarta parte de los norteamericanos dicen que el sueño americano sigue siendo cierto, aproximadamente la mitad de lo que lo dijo hace 13 años.

Lo de «si trabajas duro conseguirás salir adelante», solo se lo creen un 27 % cuando en 2010 era el 50 %. El 18 % dice ahora que eso nunca fue cierto, mientras que en 2020 lo decían solo el 4 %.

La diferencia por sectores también es muy elocuente. Si observamos los grupos de edad, comprobamos que los más jóvenes, de 18 a 29 años, es el que más se ha desilusionado. Los que se lo creen han caído 35 puntos, del 56 % en 2010 al 21 % ahora.

Y si nos vamos a las razas, también hay diferencias. La proporción de personas de raza negra que dicen que todavía se mantiene cierto ha caído en 34 puntos, hasta el 21 %, en comparación con una caída de 22 puntos del resto de razas. De hecho, el 32 % dice que el sueño americano nunca se mantuvo cierto, una cifra que sube 23 puntos respecto a 2010. En otros grupos solo sube del 13 al 16.

Entre las personas que viven en hogares con ingresos por debajo de los 50.000 dólares al año, sólo el 18 % dice que el sueño americano todavía es cierto

Los ingresos también diferencian las opiniones. Entre las personas de los hogares con ingresos de menos de 50.000 dólares al año, sólo el 18 % dice que el sueño americano todavía es cierto. Sube al 27 % en el tramo de entre 50.000 y 100.000, y alcanza al 33 % entre los de más de cien mil dólares.

El perfil de los sectores sociales es muy claro: los jóvenes, negros y pobres son los que han comprobado que no es verdad. Precisamente a los que iba dirigido el mensaje de que trabajes mucho y lograrás tu sueño.

Que el mundo siga creyendo algo sobre Estados Unidos que el 73 % de los que allí viven dicen que es mentira, es una clara prueba de la campaña de imagen que ese país ha logrado vender a muchos ciudadanos del planeta, que todavía siguen creyendo en el sueño «americano»."                 (Pascual Serrano  , Mundo Obrero, 30/03/2024)

28/3/24

La otra Semana Santa andaluza es civil, tiene cofrades y pasos, pero no curas... Las asociaciones civiles proliferan al margen de la Iglesia, sobre todo en las barriadas de extrarradio, y acogen a homosexuales y divorciados, pese a las mofas que las minusvaloran como “piratas”

 "El sevillano Álvaro Maroto es cofrade desde que tiene uso de razón. Podría haberse conformado con ser hermano de la Estrella, donde le inscribieron desde que nació, pero quería más. Allá por 2009, cuando tenía 16 años, tuvo la idea de poner en pie una cofradía en Sevilla Este, un barrio a las afueras de la capital con más de 60.000 vecinos. Tocó a la puerta de tres parroquias sin éxito, así que decidió tirar por la calle de en medio. “Porque tres párrocos no quieran no tiene por qué quedarse el barrio sin hermandades con la de cofrades que hay. Ya habrá alguno que nos quiera”, reflexionó el hoy presidente de la asociación civil Consuelo y Esperanza. En esas siguen y no son los únicos. Andalucía vive desde hace más de una década una eclosión de asociaciones civiles con cofrades, pasos e imágenes, pero sin curas. Crecen exponencialmente al margen de la Iglesia mientras intentan sacudirse de las mofas que las minusvaloran como “piratas”.

El quinto sábado de Cuaresma, el pasado 16 de marzo, fue el termómetro del auge de estas asociaciones civiles en Sevilla, epicentro del movimiento. Las aceras y balcones del barrio de San Bernardo se caían de sevillanos y foráneos para ver a la Abnegación, una de las punteras del fenómeno de las asociaciones civiles. En el cortejo había enseres cofrades, imponente paso de misterio y agrupación musical de relumbrón, la Virgen de los Reyes. Lo único que desentonaba en la estampa es que los cofrades que integraban la procesión no llevaban hábito de nazareno y que el recorrido no partió de una parroquia. “Quizás empezamos la casa por el tejado, pero si todo está creciendo es porque la Iglesia y las hermandades no nos están acogiendo como deberían. Abnegación nació porque no nos acogieron, si no no existiríamos”, reflexiona su presidente, Javier Gámez Villar.

Esa falta de cobijo que alegan Maroto y Gámez es uno de los “múltiples factores” que Francisco Javier Escalera, catedrático de Antropología Social de la Universidad Pablo de Olavide, encuentra en el origen y arraigo de las asociaciones civiles. Muchas de las entidades, como ocurrió con Abnegación en 1992, surgieron de una cruz de mayo infantil que quiso tener imágenes a las que venerar y proyectos sociales de caridad que desarrollar. “Nacen cuando van a sus parroquias y muestran una necesidad que no se ve contestada por diversos motivos”, reflexiona Cristóbal M. Calvo, presidente de la civil Salud y Esperanza y de la federación Fecosevilla, que integra hasta a diez de estas entidades. Pero Escalera identifica más motivos. El lugar donde se han hecho fuertes no es casual, la mayoría germinó en barriadas de extrarradio en las que no existían cofradías y en el que estas corporaciones se han convertido en “la vía para fortalecer el sentido de pertenencia y de identidad”, como apunta Escalera, que se plantea realizar una investigación académica ante un fenómeno por estudiar, pero que, solo en Sevilla, ya cuenta con unos 20 grupos y mueve “entre 15.000 y 20.000 personas”, según estima Calvo.

No es el único vacío que han venido a completar las entidades civiles. El catedrático cree que han calado también en los barrios populares como reacción “al fortalecimiento de la jerarquía eclesiástica de ejercer un mayor control sobre las cofradías”, especialmente de sus cuentas y de quienes participan en la dirección de estas cofradías. Divorciados o personas LGTBI visibles y casadas, en definitiva “gente que no ha seguido el cursus honorum de la membresía católica”, como apunta Escalona, pueden estar en la cúpula de las asociaciones civiles sin que “nadie les mire por encima del hombro”, como confirma Gámez. “No es que seamos más o menos laxas, es que no tenemos la sobrefiscalización que tienen las cofradías”, apunta Calvo, que asegura que ese control ha estado provocado, en ocasiones, por la falta de formación de algunas de estas hermandades.

Pero el delegado diocesano de Hermandades y Cofradías de Sevilla, el sacerdote Marcelino Manzano, no cree que el origen de las civiles esté en un control eclesiástico más férreo de las religiosas. Apunta que las asociaciones civiles surgen “por desconocimiento o porque no encajan en la comunidad parroquial” y defiende la ortodoxia en las cofradías: “Exigen un proceso de formación exigente porque la realidad de una hermandad es la que es”. Y añade: “Aun respetando las buenas acciones que realizan [las civiles], llevan a la confusión de los fieles”. De ahí que el Arzobispado haya iniciado una política de acercamiento a los grupos civiles para intentar reconducirlos al largo camino hacia su conversión como hermandad, un proceso que exige convertirse primero en agrupaciones, en las que el máximo dirigente es el párroco de la iglesia que será su sede, y que termina cuando son erigidas como hermandades, bajo el paraguas de asociaciones religiosas de culto público.

La mayoría de las asociaciones civiles han recogido el guante con interés, resume Calvo: “Todas luchan por la integración en su parroquia porque no dejan de ser una herramienta pastoral”. Aunque otras no parecen tan dispuestas, como apunta Manzano: “Las hay que están en diálogo conmigo, pero de otras solo tengo noticias por los medios”. Entre las primeras, estuvo Consuelo y Esperanza, que llegó a estar integrada en la parroquia de la Asunción de Sevilla Este durante ocho años. “Nos confirmaron a los 170 hermanos, nos dieron formación continúa, limpiábamos la iglesia, éramos catequistas”, rememora Maroto. También les dijeron que ni homosexuales casados, ni divorciados podían estar en la junta. “¿Por qué? Si trabajan más que otros”, se pregunta molesto el presidente. Pese a ello, acataron la norma y les bendijeron a las tallas del Cristo y la Virgen. Hasta que el párroco cambió y, a finales de noviembre de 2023, decidió extinguir la ya agrupación de fieles y expulsar a las imágenes, que han vuelto a recibir culto en un oratorio privado, como la mayoría de asociaciones civiles. “Ahora, estamos en un limbo”, reconoce Maroto.

 “A la autoridad eclesiástica le sienta muy mal todo este fenómeno [...] No es más que la ruptura del monopolio sobre los símbolos católicos. La Iglesia no debería tener el control de que la gente pueda rendir culto a entidades divinas”, reflexiona Escalera. De hecho, aunque las diócesis intenten poner cortapisas, difícilmente lo consiguen y el movimiento de las asociaciones civiles ya está presente en localidades de fuerte raigambre cofrade, como Jerez de la Frontera. El pasado mes de septiembre también llegó a Cádiz capital con la salida del Grupo de Fieles de María Santísima de la Consolación, que despertó airadas quejas del Consejo de Hermandades y Cofradías de la ciudad. “Se nos tacha de ilegales o piratas porque no estamos al amparo eclesiástico, pero las asociaciones civiles son totalmente legales. Hacemos uso del derecho constitucional de la libertad religiosa”, explica Calvo.

Por eso Escalera cree que el movimiento puede dar más de sí y crecerá, sobre todo porque no aprecia rechazo en el conjunto de la sociedad, en este caso en la sevillana, solo en los sectores más ortodoxos: “Las tratan como si fuesen de segunda división del fútbol [...] Pero esto no es algo de cuatro casposos. La Semana Santa, pese al laicismo, es un fenómeno profundamente popular, vinculado a la estética y a la forma de entender la sociabilidad”. Que se lo digan a Maroto y a los suyos, a los que el último revés no ha restado ni un ápice de ganas. 15 años después reviven de nuevo aquella negativa que les llevó a fundar Consuelo y Esperanza, pero amilanarse no entra sus planes. “A nosotros no nos va a frenar nadie, por mucho que un párroco nos eche”, advierte combativo."             (Jesús A. Cañas , El País, 25/03/24)

26/3/24

En defensa de la Semana Santa... nunca he tenido una educación religiosa; no estoy bautizada y siempre me consideré atea; sin embargo, si escucho las primeras notas de la saeta de Antonio Machado cantada por Serrat, o huelo el incienso que, durante estos días, queman mis vecinos en el alféizar, el estómago se me recoge en un nudo y valoro como nunca una celebración de la que no pude gozar durante los años que viví en Estados Unidos... Cada primavera de mi infancia se articulaba en torno a una espera ansiosa por el inicio de estas vacaciones que me conducirían al pueblo y, allí, de la mano de mi abuela, contemplaría el ritmo lento de los pasos a la luz de los cirios... no comprendía del todo la emoción de mi abuela, pero me gustaba acompañarla en su éxtasis, nacido horas atrás, pues acicalarse para la ocasión y coger sitio ya constituía, en sí, una fiesta... creo que la clave de mi defensa de la Semana Santa reside en ese vínculo, etéreo y, a la vez, de carne y hueso... los rituales son "técnicas simbólicas de instalación en un hogar", mecanismos para hacer habitable el tiempo, que nos arrope en un reconocimiento donde radican "las metáforas generadoras de sentido y fundadoras de comunidad que dan estabilidad a la vida"... estos procesos celebratorios nos hilvanan a otra gente que comparte con nosotros momentos dilatados y construye verdaderas redes, alejadas de la perniciosa cámara de eco de las digitales... es posible abrazar una tradición tan abarcadora desde las izquierdas sin que se nos tilde de retrógrados, ni beatos carentes de raciocinio, especialmente al enunciar desde el Sur... Desde luego, no seré yo quien cercene la ilusión de mi abuela, ni cierre los ventanales de mis vecinos (Azahara Palomeque)

 "Hace dos días que comenzó la Semana Santa. A pesar de las procesiones canceladas por la lluvia (agua bendita para la sequía), he podido toparme en Córdoba con fervorosos fans de esta festividad abarrotando las calles, hasta el punto de que ayer me fue casi imposible entrar en mi casa: un hueco, por favor –pero nadie se movía–; disculpen –y la barrera humana, pétrea como un muro, infranqueable, seguía allí-. De repente, a un señor engominado le trepó la ira por el pecho y, amarrado en jarras a su familia, me espetó: "por aquí no se pasa"; a lo que contesté, furiosa: "¡por donde tú quieras, lo que me faltaba!", y, como si hubiera pronunciado las palabras mágicas frente a la cueva de Alí Babá, mi cabreo y un par de empujones desataron la magia, y se apartó, refunfuñando.  

Al margen de su penetración cultural, nunca he tenido una educación religiosa; no estoy bautizada y siempre me consideré atea; sin embargo, si escucho las primeras notas de la saeta de Antonio Machado cantada por Serrat, o huelo el incienso que, durante estos días, queman mis vecinos en el alféizar, el estómago se me recoge en un nudo y valoro como nunca una celebración de la que no pude gozar durante los años que viví en Estados Unidos. Quizá esa privación haya despertado en mí una admiración más entusiasta de esta fiesta popular, por mucho que critique fenómenos indeseables asociados –como la turistificación– y me corten el camino señores engominados. 

Una parte de mi disfrute se debe, indudablemente, a la memoria, y es tan visceral que a duras penas podría narrarlo en detalle. Cada primavera de mi infancia se articulaba en torno a una espera ansiosa por el inicio de estas vacaciones que me conducirían al pueblo y, allí, de la mano de mi abuela, contemplaría el ritmo lento de los pasos a la luz de los cirios y el compás de la banda de música. Identificar a algún pariente entre los nazarenos me provocaba una alegría ingenua que, de alguna manera, simbolizaba una atadura al rito, lo mismo que los dedos que me agarraban suavemente me enlazaban a aquel territorio. A veces, no comprendía del todo la emoción de mi abuela, pero me gustaba acompañarla en su éxtasis, nacido horas atrás, pues acicalarse para la ocasión y coger sitio ya constituía, en sí, una fiesta.

Un año, el único que logré escaparme de Estados Unidos en estas fechas, fui yo quien la sostuvo cuidadosamente contra unas piernas ya muy frágiles, protegiéndola del vaivén del gentío; no me importaron las veinticuatro horas sin sueño del viaje, porque aquel gesto representaba tanto una deuda con ella como la confirmación de un vínculo. Más allá de que haya aprendido a apreciar también la belleza artística del espectáculo, creo que la clave de mi defensa de la Semana Santa reside en ese vínculo, etéreo y, a la vez, de carne y hueso.

Afirma el filósofo Byung-Chul Han que los rituales son "técnicas simbólicas de instalación en un hogar", mecanismos para hacer habitable el tiempo, que nos arrope en un reconocimiento donde radican "las metáforas generadoras de sentido y fundadoras de comunidad que dan estabilidad a la vida". Colectivos por definición, estos procesos celebratorios nos hilvanan a otra gente que comparte con nosotros momentos dilatados y construye verdaderas redes, alejadas de la perniciosa cámara de eco de las digitales. Que se paralice, en general, la rueda productiva del trabajo y surja una experiencia contrapuesta al rendimiento y al narcisismo de cada día, siguiendo con Han, contiene mucho de subversivo, sin mencionar cómo la ritualidad es capaz de enraizarnos al pasado y proyectarnos hacia el futuro ahora que nuestras sociedades parecen trastabillarse en una inmediatez perpetua muy próxima a la orfandad.  

Por supuesto, ni todos los rituales han de ser católicos, ni aceptados acríticamente –una comunidad puede forjarse alrededor de la violencia salvaje contra los excluidos, por ejemplo–, pero pretender castrarnos de la espiritualidad comunal, el jolgorio y las raíces supone ampliar aún más la atomización social en una época caracterizada por la aceleración sin rumbo. Al menos, me digo, en Semana Santa se permanece en alguna parte; al menos, puedo trazar una afinidad superior a mi tribu con personas que, en cualquier otra circunstancia, me serían extrañas y probablemente antagónicas ideológicamente, pero, de la misma forma que el comunista Carlos Cano logró cantar un himno tan sobrecogedor como Pasan los campanilleros y labrar con él un puente afectivo a lo largo y ancho del espectro político, es posible abrazar una tradición tan abarcadora desde las izquierdas sin que se nos tilde de retrógrados, ni beatos carentes de raciocinio, especialmente al enunciar desde el Sur. 

Es más, si la religión se concibiese en su connotación etimológica –del verbo "re-ligare", reunir–, o mutase en impulsos de justicia social similares a los presentes en la teología de la liberación o el ecologismo que busca salvar el planeta como creación divina, o aumentase el número de cofradías obreras, tal vez desencadenaría menos rechazo entre aquéllos que, en nuestro país, sólo pueden señalar su apropiación por el franquismo y herederos. Cambiar, resignificar, moldear el rito hacia posturas no dañinas; interrogarlo al modo de Saramago, pero no desear eliminarlo: ¿una solución? Desde luego, no seré yo quien cercene la ilusión de mi abuela, ni cierre los ventanales de mis vecinos. "              (Azahara Palomeque, Escritora y doctora en Estudios Culturales, Público, 25/03/24)